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Cristina Losada

Los accidentes como atentados

En un país donde se han tomado los atentados terroristas por accidentes, no puede resultar extraño que los accidentes se tomen por atentados. Son dos formas de perversión moral y política que se complementan.

Con la misma desenvoltura que empleó el Gobierno de España, el de los anuncios, para hacer pasar por fortuitos hasta los asesinatos cometidos por ETA, incluidos los dos últimos –los de los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero–, se han empeñado el Gobierno vasco, el obispo Uriarte y el coro nacionalista al completo en realizar una operación inversa. Así, amparados en las festividades navideñas, han tenido el cuajo de meter en el mismo saco, o sea, de darles idéntico rango a los atentados de la banda criminal y a los accidentes de tráfico que afectan a familiares de presos etarras cuando van a visitarlos a cárceles que están allende el terruño. Y el caso es que en un país donde se han tomado los atentados terroristas por accidentes, no puede resultar extraño que los accidentes se tomen por atentados. Son dos formas de perversión moral y política que se complementan.

El PNV, sus socios y parte de la Iglesia vasca, después de haber escarnecido y desprotegido a las víctimas del terrorismo y facilitado la vida a sus verdugos, se han hecho fuertes en el subterfugio de la equidistancia. Ya sólo se aproximan al fenómeno terrorista con una balanza en la mano. Como el platillo en que descansan las víctimas de ETA pesa mucho y no deja de llenarse, andan a la busca de material para echar sobre el otro y hacer ver que hay sufrimiento en "ambos lados". Naturalmente, esto de los accidentados no ha sido ocurrencia suya. No hacen más –ni menos– que asumir el discurso de la banda criminal, cuyos partidarios consideran a los familiares de etarras muertos o heridos en el asfalto, no víctimas del tráfico, sino de la dispersión penitenciaria. Pues el objetivo de este selectivo martirologio de las cuatro ruedas es conseguir el traslado de los presos a las cárceles vascas, como si las desgracias automovilísticas no pudieran ocurrir tanto entre Baracaldo y Martutene como entre Sestao y Soria.

Los nacionalistas vascos, socios y obispos amigos, presentan la común característica de ser incapaces de condenar los atentados de ETA sin ofrendarle acto seguido a la banda su cuota de comprensión y respaldo, sea protestando por que los jueces dictan sentencia contra los terroristas y su entramado, sea lamentando la pena de las familias que no tienen al hijo en casa sino en prisión, sea fabricando víctimas políticas donde sólo hay víctimas del tráfico. Pero ni son capaces ni quieren serlo y probablemente ya es tarde para que lo sean. La cercanía física y política con el terrorismo ha destruido en ese conglomerado los resortes morales que permiten hacerle frente. Proclaman, en ocasiones, que están hartos de ETA y que debe desaparecer, pero ¿por qué iba a hacerlo cuando cuenta con ellos como colchón que absorbe y absuelve sus crímenes? Lo suyo no tiene remedio.

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