El guión era sencillo, efectista, facilón y para que fuera tan pegadizo como las canciones del verano, se emitió durante varias temporadas, noche y día, por ondas, páginas y pantallas. ¿Recuerdan? Este país se despeñaba por el abismo, qué digo, ya había caído en él: los datos económicos eran buenos porque eran falsos; se iba a reformar la enseñanza, cosa intolerable, y peor aún, la clase de religión era evaluable; querían abaratar el despido en servil tributo al tiburón capitalista; en sus ratos de ocio, los ministros provocaban mareas negras y accidentes de avión; el del bigote echaba al monte a palos a los buenos nacionalistas, instigaba el odio, y ponía a hervir el caldero de las tensiones territoriales; el pueblo, justamente indignado, quemaba y llenaba de excrementos las sedes de su partido y pedía el linchamiento de los asesinos y fachas.
Por si aquel infierno fuera poco, llegó el Apocalipsis. Habíamos ido a Irak a asesinar niños y mujeres, y en previsible represalia, los islamistas masacraron a personas inocentes en los trenes de Madrid. Hubo Juicio Final y con ayuda de la trompetería, se mandó a los demonios al agujero. Las tinieblas desaparecieron de inmediato. Una luz desterró de España los males y las inquietudes de aquella era negra. Advino el hombre bueno, el sonriente, el dialogante, el optimista. En admirable sintonía, el guión apocalíptico desapareció y dejó paso a coros que entonaban alabanzas, parabienes y el Himno a la Alegría. De vez en cuando, los demonios asomaban y se les daba un estacazo por romper con sus feas jetas la Armonía Universal.
Pero la ficción política tiene caducidad. Como las fachadas Potemkin, no aguanta las inclemencias del tiempo, y menos las borrascas que desencadena un gobierno que camina de disparate en disparate y de provocación en provocación. Ah, pero ZP y sus socios más mimados, que son los que llevan años atizando el odio a España y a los españoles, los que piden boicots a los productos españoles, los que injurian y calumnian a quienes no tragan, quieren “mexar por nos e decir que chove”. Y no sólo eso: quieren que diga que llueve el que recibe el chorro de orina. Que la víctima, como decía Camus para caracterizar al comunismo, exalte al verdugo. Pues esto sí que lo saben: la Arcadia feliz que dibuja su séquito de decoradores únicamente resiste el embate de la realidad en una sociedad controlada, amordazada e intimidada.