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Desde los hippies californianos que coreaban we can change the world en los sesenta, no se ha inventado nada mejor para que los políticos de izquierdas expresen su sentir sobre su misión en la vida. Todo lo que vino después ha sido peor. Aquí, los socialistas hicieron una versión tabernaria del estribillo aquel, por boca de Alfonso Guerra, jactándose de que a España no la iba a reconocer ni su madre. Pero se ve que el ideal revolucionario de Guerra no llegó a realizarse, porque después de ocho años de gobierno del PP, sus correligionarios quieren practicar nuevas operaciones. España nunca les gusta como es. Los ingenieros sociales reabren sus consultas. Esta vez, si les dejan, nos la van a cambiar de religión y de sexo.
 
Relativamente impedido de intervenir como le pide el cuerpo en la economía, el gobierno tiene, en cambio, las manos libres para amasar las conciencias, arte cuya principal herramienta es la propaganda: lo que distinguidos ministros e ideólogos varios llaman “hacer pedagogía”. Reeducar, en una palabra. Convertidos en replicantes multicultis, islamófilos, pacifistas según contra quién, feministas de boquilla, solidarios de salón, anticlericales de raigambre, y tan fervientes partidarios de la familia homosexual como adversarios de la otra, no podríamos votarles sino a ellos y sólo a ellos. O a sus parásitos. Para siempre jamás. Menudo chollo la pedagogía. Sobre todo, con amor, ese amor que florece en el buen talante.
 
Cierto que la sociedad española ya era una de las más liberales de Europa - por lo menos- antes de que llegara ZP con las rebajas, pero nunca la realidad ha sido un obstáculo para las intervenciones socialistas. Como no se puede reconocer que, bajo la derecha, España se modernizó tanto o más que bajo la izquierda, y por supuesto, no conviene hacerlo, pues nos quedamos sin discurso, hay que reinventarse un país paleto, mojigato y meapilas.
 
Es difícil de tragar la reinvención si uno ha vivido aquí, y no digamos si ha visto la tele. Pero siempre tiene su público esa imagen estereotipada de España. En particular, en el extranjero, pues entre los guiris ha pervivido incorrupta, como si fuera santa, y debe de serlo, una España de frailes rigoristas y fachas de bigotillo, moral anticuada, mujeres en casa, hombres violentos, y el resto de personajes del elenco carpetovetónico.
 
Esa es la España que debía tener en mente el editorialista delFinancial Timesque, este fin de semana, concluía así su comentario: si ZP “es capaz de mantener esta marcha, puede ayudar a cambiar la sociedad española tanto como Aznar ayudó al crecimiento de la economía”. O sea, que necesitamos cambio. Supongo que como la sociedad del autor, a la que seguro que le chirría alguna bisagra. En todo caso, hay un cambio que ya se impone hacer: el de un revenido y heredado cliché de España, que algunos extranjeros guardan para regodearse, de tanto en tanto, en un ridículo sentimiento de superioridad, por otro algo más reciente.

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