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Cristina Losada

No bombardear, que es peor

La idea implícita, es que no hay que combatir el terrorismo, porque al combatirlo sólo provocaremos una reacción más virulenta.

La idea implícita, es que no hay que combatir el terrorismo, porque al combatirlo sólo provocaremos una reacción más virulenta.

Tan predecible. En cuanto se supo que Francia había bombardeado uno de los bastiones sirios del grupo terrorista responsable de la masacre en París, nuestros listos habituales salieron al patio de vecindad para decir lo que dicen siempre en estos casos: ¡no bombardear que es peor! ¡Bombardear no es la solución! ¡No hay que hacer lo que hizo Bush! Habrá alguna variante más, pero la esencia permanece, y permanece, en realidad, sea cual sea el atentado y el grupo terrorista de que se trate.

Esa esencia, la idea implícita, es que no hay que combatir el terrorismo, porque al combatirlo sólo provocaremos una reacción más virulenta, y que debemos centrarnos, en cambio, en erradicar sus causas. Unas causas que los partidarios del desistimiento aseguran que podemos erradicar porque no estarían en ellos, en los terroristas, sino en nosotros, en nuestra conducta y, más en concreto, en la política de nuestros gobiernos.

Huelga decir que un mensaje así reúne enseguida a seguidores. El miedo, que es el miedo que quieren instigar los terroristas, induce a persuadirse de que atacarlos tendrá las peores consecuencias: que nos atacarán y matarán más. Claro que quienes así reaccionan eluden las consecuencias que tendría hacer lo que dicen.

La consecuencia más evidente y grave de no atacar los feudos del ISIS sería su fortalecimiento: tendría vía libre para continuar ocupando territorio, aterrorizar, esclavizar y masacrar a las poblaciones locales, como ha venido haciendo, y aumentar sus recursos económicos, que proceden sobre todo de la venta de petróleo, de la extorsión y del saqueo.

Añádase otra evidencia: si Francia no continuara los bombardeos de posiciones del ISIS después de la masacre en París, los terroristas cantarían victoria y su causa enloquecida y bárbara tendría mayor capacidad de atraer a quienes están predispuestos al fanatismo y la violencia. Porque hay que estar predispuesto: no bastan las explicaciones del desarraigo y el desempleo que tanto circulan. Hay una tendencia preocupante a achacar la atracción por el yihadismo a condiciones sociales y a menospreciar la influencia de otros factores.

Ha hecho bien Hollande en ordenar esos bombardeos –y recordemos que Francia había lanzado muchos menos ataques aéreos contra el ISIS que Estados Unidos–, como hizo mal, terriblemente mal, Rodríguez Zapatero cuando ordenó la retirada de las tropas de Irak nada más llegar a la presidencia del Gobierno después de los atentados del 11-M. En Francia, afortunadamente para Francia y para todos los europeos, no hay masas a favor del desistimiento ni dispuestas a culpar al Gobierno de la masacre, como las hubo aquí en 2004.

El miedo, sin embargo, no es el único elemento en juego. Mejor dicho, el miedo se hace presentable a través del discurso de las causas: en lugar de combatir, de atacar al terrorismo, ataquemos sus causas, solucionémoslo de raíz, porque está en nuestra mano hacerlo. Lo decisivo ahí es que atacar las causas, las supuestas causas, se presenta como alternativa a atacar a los terroristas. El historiador Walter Laqueur escribía en Una historia del terrorismo lo siguiente:

Se cree que el terrorismo aparece allí donde las personas tienen legítimos y verdaderos motivos de queja. Si se eliminan los agravios y la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la falta de participación política, el terror cesará. Estos sentimientos son loables y todos los hombres y mujeres de buena voluntad los comparten. Como remedio contra el terrorismo resultan no obstante de un valor limitado: tal como muestra la experiencia, las sociedades con una participación política mínima y una injusticia máxima son las que se ven más libres del terrorismo en la actualidad. Siempre han existido motivos de queja y, dado el imperfecto carácter de los seres humanos y de las instituciones sociales, sabemos que pueden reducirse, pero no erradicarse por completo.

(…) Por muy democrática que sea una sociedad, por muy próximas que estén las instituciones sociales de la perfección, siempre existirán personas desafectas y alineadas que afirmen que el actual estado de cosas resulta intolerable, y siempre existirán personas agresivas más interesadas en la violencia que en la libertad y la justicia.

Y decía también Laqueur en la introducción, escrita después del 11-S:

No hay ningún Clausewitz ni ningún Maquiavelo que pueda servirnos de guía en el campo del terrorismo y el contraterrorismo. Pero aún siguen existiendo algunas intuiciones fundamentales basadas en las experiencias pasadas, así como en el sentido común. Ninguna sociedad puede proteger a todos sus miembros de un atentado terrorista. Sin embargo, puede reducir el riesgo pasando a la ofensiva, obligando a los terroristas a la desbandada, en vez de concentrar sus esfuerzos en defenderse del terrorismo.

Pero habrá ahora en los platós españoles muchos sabios dedicados a exponer la estrategia adecuada para combatir al ISIS y al yihadismo. Lo sabrán mejor que los gobiernos de Francia o de Estados Unidos, que llevan décadas afrontando el terrorismo islamista, y nos darán esa larga reflexión que han hecho sobre el terrorismo, esa experiencia que tienen en encararlo, sintetizada en siete puntos o en cuatro. Escúchelos quien quiera perder el tiempo.

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