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Cristina Losada

No es la fiesta de Rubalcaba

De la santa Constitución hemos pasado a la maldita Constitución. De extremo a extremo. Tal vez la tradición política en España es la falta de tradición.

En vísperas del aniversario de la Constitución me vino a la cabeza, por esas asociaciones raras, el caso de Art Buchwald. Este humorista norteamericano escribió en 1952 una columna para explicar a los franceses en qué consistía el Día de Acción de Gracias. Con tanta fortuna, que aquel artículo se publicaría cada año en esa señalada fecha, tal cual y sin cambiarle una coma, hasta que falleció su autor en 2007. Más de medio siglo duró la tradición periodística.

Entre nosotros es costumbre que el 6 de diciembre se pronuncien discursos y se publiquen valoraciones de la Constitución. Pero hoy ningún periodista que se precie puede ya echar mano de la columna que colocó hace una década; no tiene la suerte de Buchwald. Llegó a su fin la época del elogio de la Constitución en la indigesta prosa de la singladura. De la santa Constitución hemos pasado a la maldita Constitución. De extremo a extremo. Tal vez la tradición política en España es la falta de tradición.

Nuestra tradición constitucional, desde luego, es escasa. No porque haya habido pocas Constituciones, ahí están las del XIX en fila india, sino por lo efímeras. Sólo duraría la de 1876, la de Cánovas y la Restauración. Exactamente 48 años, duración que aún no ha superado ésta de 1978, que es joven si se compara con las de democracias de mayor madurez.

Yo no haría argumento de la edad, si no fuera porque el segundo partido de España lo hace. Dice el PSOE que hay que reformarla, entre otras grandes y huecas cosas, para que puedan votar en referéndum los que no tuvieron la ocasión de hacerlo en 1978. A Rubalcaba le preocupa, según escribe en El País, que un 60% de españoles no pudiera votar la Constitución. Pero si eso es un problema, que no lo es, es un problema muy compartido.

Los Estados Unidos mantienen una Constitución de 1787, que no ha votado el cien por cien de la población desde aquella época. En Alemania, ninguna de las reformas que se le han practicado a la Ley Fundamental de 1949 se ha ratificado en referéndum. Hay más casos de Constituciones que no se han vuelto a someter a votación. Las cartas magnas se reforman si hay motivos de peso y consenso suficiente: no se reforman para que las vote cada generación de electores.

No se inquiete Rubalcaba. Cuando les toque el turno a los nuevos, y él no acaba de darles paso, igual se puede llegar a un acuerdo sensato para remozar la Constitución. Entretanto, su confusa "reforma federal", urdida para ponerse de perfil ante el nacionalismo catalán o hacerle nuevas concesiones, invita a desearle larga vida a la que tenemos; tal y como está, con sus caprichos y sus defectos. Si la confianza en la Constitución decae no es por falta de reforma: es por incumplirla.

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