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Cristina Losada

Nueva Orleans sin leyenda

ya sé que los saqueos son comprensibles actos de protesta contra la falta de ayuda. Los pobres se rebelan de ese modo contra la injusticia y la desigualdad. Que les roben a comerciantes humildes, que ataquen a otros pobres, no cambia el esquema

El alcalde de Nueva Orleans pierde los estribos. Se despacha en una entrevista con una emisora local. ¿Está conmocionado por la devastación o quiere salvar su culo? ¿Tiene razón o tira hacia lo alto para desviar su responsabilidad? Uno ha aprendido a desconfiar de los políticos. Y cuando la izquierda norteamericana, como Alberto Acereda escribe aquí, ha encontrado en el huracán un filón para atacar a Bush, toda desconfianza es poca. El alcalde es del Partido Demócrata. La gobernadora también. Clinton, otro sureño, dice que no debe hacerse política con las catástrofes. Reconforta saber que piensa así. Debería convencer a sus correligionarios.
 
Los medios televisivos nadan como peces en el agua de la catástrofe. Egoístamente, quiero ver qué sucede en el barrio que conozco de Nueva Orleans, el French Quarter, pero las cámaras andan en otras misiones. ¿Se han embarcado en la lancha rápida del sensacionalismo? Uno ha aprendido a desconfiar de las imágenes. Habrá que ir separando el grano de la paja. De momento, algo salta a la vista: miles de personas desoyeron los llamamientos a la evacuación de la ciudad. Tal vez no tenían adonde ir, tal vez no pudieron moverse, tal vez no quisieron hacerlo.
 
La oposición aprovecha el momento catastrófico, ese en el que el habitante de la sociedad desarrollada percibe que ésta no garantiza la plena seguridad. Y quiere llevar a su molino el agua de ese río de emociones disparadas, de histeria que aflora, de quejas seguramente razonables. Es la hora de los demagogos. Dios castiga a los que no firman el Protocolo de Kyoto. Katrina es hija del calentamiento global. Millones de dólares se destinaron a Irak y no a mejorar las infraestructuras de la zona. ¿Por qué debía desviarse el dinero de Irak y no otro? ¿Qué hay del presupuesto de Luisiana?
 
Una insensatez tras otra y sigo sin enterarme de qué ha pasado en el French Quarter. Tal vez no he buscado suficiente. Pero ya sé que los saqueos son comprensibles actos de protesta contra la falta de ayuda. Los pobres se rebelan de ese modo contra la injusticia y la desigualdad. Que les roben a comerciantes humildes, que ataquen a otros pobres, no cambia el esquema. Podada esa fronda ideológica, me quedo con el hecho: en diez años, no ha mejorado en Nueva Orleans eso que llamamos seguridad ciudadana.
 
Entonces, cuando uno llegaba allí, si tenía la suerte de conocer a algún residente, éste cogía el mapa del turista y empezaba a marcarlo. Al final, del centro urbano, quedaba sólo un pequeño cuadrante seguro. Incluso ahí, decían, asesinaron hace unos meses a un amigo nuestro. Sin motivo. Ya no era la ciudad donde estaba la Casa del Sol Naciente. La pedestre realidad del turismo se había comido la leyenda. Era ciudad de convenciones, y el French Quarter, un decorado del que habían huido los personajes de Truman Capote. Los clubs de jazz, que estaban puerta con puerta, mantenían el mito a duras penas. Ahora deben de estar inundados, tal vez destruidos. Pero eso no me lo cuentan.

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