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Venía yo a decir aquí que el mundo islámico muere de fracaso y Occidente de éxito, y que estas enfermedades paralelas se juntan en los extremos en el abrazo de los fanáticos de las dos partes, cuando el cabildo de la catedral compostelana anunció la retirada de una imagen de Santiago Matamoros. El cabildo no forma entre los fanáticos, por supuesto, sino entre la multitud de bienintencionados que cree que a los que derribaron las Torres Gemelas, asesinan masivamente siempre que pueden, quieren islamizar Al Andalus, que es España, y amenazan con atentar contra la catedral santiaguesa, se les puede apaciguar con gestos de buena voluntad. Que, ante todo, no hay que exacerbar su ira.
 
La basílica, dijo el cabildo, recibe visitantes de toda clase y al retirar la imagen se evita "ofender a personas de otras culturas". Sería interesante saber cuántos musulmanes visitan la catedral; aunque el dato esencial ya lo conocemos: los lugares de culto islámicos no están abiertos a personas de "otras culturas" y en los países musulmanes, los católicos son minoría arrinconada y castigada. Parece que les ha servido de poco la actitud genuflexa ante el Islam. Aunque no buscarán con ella compensación material, sino espiritual. En el fondo, la patología suicida que sufre Occidente conecta con nuestras raíces religiosas; también figura en ellas el solaz del martirio.
 
En su libro Entre los creyentes, V. S. Naipaul cuenta que en una visita al Irán "revolucionario" fue recibido por un clérigo que ejercía de líder espiritual, y que le habló de la superioridad del Islam, la corrupción y el ocaso de Occidente, y demás tópicos habituales de los islamistas. En su segunda visita, el escritor se enteró de que el clérigo había fallecido, pero que antes había viajado a un centro médico de Estados Unidos en busca de una cura para su enfermedad. La anécdota, que se repite con variaciones en otros lugares de su viaje, lleva el dedo a la llaga del mundo islámico: el fracaso.
 
El fanatismo islámico es, en gran medida, fruto del fracaso de los regímenes árabes instalados con la descolonización. Su corrupción, sus políticas erradas, su falta de democracia, crearon la base social del islamismo. Algunos, en especial, el saudí, alimentaron deliberadamente a "los barbudos". Esos regímenes descubrieron que podían librarse del estallido de la cólera proyectando el resentimiento hacia otros: hacia Occidente. Así lo hicieron y lo siguen haciendo. Les va en ello la supervivencia; como les va también en que no surja una nación democrática y próspera en Irak.
 
Tanto ellos como sus peones asesinos captaron pronto y bien los puntos débiles de su enemigo. El triunfador tiene los talones de mantequilla. La molicie y el sentido de culpa lo paralizan. Veinte años de ataques terroristas sin respuestas contundentes, dice Bernard Lewis, produjeron el 11-S. Se crecieron. Se dieron cuenta de que Occidente purgaba su éxito dejándose desangrar. Durante la Reconquista, cuando el Matamoros se aparecía en las batallas para ayudar a los cristianos, los musulmanes demostraron que eran los mejores soldados cuando iban ganando, y los peores cuando iban perdiendo. La victoria los enardecía y la derrota los desmoralizaba; al avance cristiano seguían las conversiones y defecciones. La retirada del Matamoros, dice el cabildo, ya estaba prevista. Pero se produce ahora, igual que el otro repliegue: después del 11-M. Y bajo esa luz será interpretada. Como una cesión más que no nos sacará del punto de mira de los terroristas; al contrario, los envalentonará.

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