Menú
Cristina Losada

Pereza se escribe con zeta...

Los españoles prosperaron, pero España, dijeron los socialistas, se volvió triste. Estamos en el regreso a la alegría.

…y pe. Es que vivimos en el reino de la casualidad. Todo lo rige el mero azar, desde esa coincidencia de dos letras, hasta la procesión de hechos fortuitos que acompaña a la Comisión 11-M a la sepultura. Un cortejo, por cierto, de entierro laico, pero tradicional, con luto, lágrimas y plañideras. Un cortejo que ha existido porque otros trabajaban mientras Zetapé dormía. Por eso se lo puede permitir, lo de dormir. Por eso y porque está en su derecho. Porque el presidente no hace sino seguir las enseñanzas del yerno de Marx.
 
No se sabe si el presidente, además de El Quijote, ha leído "El derecho a la pereza", pero éste es un libro que, como uno célebre de Fukuyama y otro no menos famoso de Huntington, se da por asimilado con la lectura del título. Presumo que eso ocurrió con el de Paul Lafargue en la época en que circulaba entre los cuatro o cinco gatos que, en los años finales de la dictadura, formábamos la izquierda visible y manifiesta, y no aquella latente, que más enterrada que la Comisión, reducida a esporas, no florecería hasta el momento en que regó la tierra la democracia. Y menudo riego fue, a tenor del crecimiento de la planta.
 
La extravagancia del yerno del Profeta la redescubrimos en España cuando la ideología se nos resquebrajaba y la moral revolucionaria puritana se fundía como un helado al calor de la prosperidad capitalista. El modelo del bolchevique dispuesto a vivir y a morir por la Revolución, a arrostrar austeridad y sacrificios, pertenecía hacía tiempo a la mitología. Pero aquí aún tenía cierta influencia. La perdería del todo en aquellos años. Se empezó a hablar de lo lúdico frente al deber, del ocio por oposición al negocio y otras heterodoxias de los sesenta. La desconstrucción posmoderna disolvería los últimos trozos. El pequeño rebaño y el ganado advenedizo pasarían del comunismo con olor a cheka al que se permitía el olor a Chanel. Ganó Chanel, la cheka no perdió y el comunismo dejó paso a los tótems de la corrección política. A todo esto, el ocio fue el negocio.
 
Todo ello era posible porque millones de personas no hacían caso de Lafargue. Pero la idea haría estragos. La izquierda entró en lo lúdico y lo llevó a la enseñanza, donde el derecho a la pereza se encarnó en la figura del PIL, heroica víctima de la sustitución de la igualdad de oportunidades por la igualdad de resultados. Sus líderes se dieron carisma organizando la fiesta. España festejaba mientras la fila del paro crecía y las arcas menguaban. Hasta que llegó el aguafiestas de Aznar con el déficit cero y el control del gasto, y se acabó el vivir del tumbao, como dice la canción cubana. Los españoles prosperaron, pero España, dijeron los socialistas, se volvió triste. Estamos en el regreso a la alegría.
 
La pereza, que es un germen que ataca más a los intelectos que se creen en posesión de la clave que todo lo explica y se instalan en la superioridad moral, no quita la ambición. En quien tiene ambición de poder, la holgazanería le llevará por el camino fácil para conquistarlo y mantenerlo. Preferirá el golpe de efecto, el ilusionismo mediático. Dará preponderancia al anuncio sobre el producto. El choque con la realidad lo resolverá con resentimiento. Estremecedora la observación de Tocqueville, "nunca se sabe cuanta energía encierran las almas débiles para odiar aquello que les obliga a realizar algún esfuerzo".

En España

    0
    comentarios