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Cristina Losada

¿Qué le costaba firmar a Tsipras?

No es fácil, no, que un partido sea pragmático cuando alberga en su seno todo un parque jurásico de la izquierda revolucionaria de los años 70.

No es fácil, no, que un partido sea pragmático cuando alberga en su seno todo un parque jurásico de la izquierda revolucionaria de los años 70.
Cordon Press

No siendo yo una entendida en teoría de juegos, ni siquiera una experta en tácticas negociadoras, esto es lo que hubiera hecho en el lugar del gobierno de Grecia. Después de los tiras y aflojas habituales en la UE, de horas y horas de ardua, puntillosa y pesadísima negociación, después de milimétricas cesiones de una y otra parte, hubiera firmado el último borrador de acuerdo pergeñado y luego, andando el tiempo, habría incumplido este o aquel objetivo, que siempre hay excusas, variables y factores imprevistos que lo justifiquen.

Si esto lo hace cualquiera, hasta el gobierno de España, que incumple soberanamente los objetivos de déficit, la cuestión es por qué no lo ha querido hacer Tsipras. Qué le impidió firmar la semana pasada un acuerdo que era la típica transacción, el regateo que se queda aproximadamente a medio camino. Me dirán que firmar para incumplir sería un engaño. Claro que también era un engaño, consciente o no, aquello que Syriza prometió a los votantes griegos: echar abajo toda la política de la UE, esa que reducen a la malvada austeridad, tomar Berlín después de tomar Manhattan, y al tiempo permanecer tranquilamente en el club del euro, y debajo del paraguas del BCE y del rescate.

Igual que nadie espera que Grecia pague su deuda, nadie espera realmente que países con la economía hecha trizas cumplan puntualmente todos y cada uno de los compromisos de consolidación fiscal y de reformas que suscriben. Lo importante es que estén dispuestos a jugar de acuerdo a las reglas. Que las respeten formalmente. Que tengan la voluntad. Que sean por ello socios fiables de la UE y de la Eurozona. Y que no se levanten de la mesa tirando el tablero.

Un gobierno pragmático hubiera firmado, manifestando de esa forma su voluntad de respetar las reglas, para conseguir acto seguido una mayor flexibilidad. Hasta la reestructuración de la deuda se hubiera negociado más adelante, como sabía el gobierno de Grecia. Pero el pragmatismo de Syriza, con el que tanto se contaba, limita con dos continentes ásperos: su propia composición y sus propósitos políticos declarados. Cuando la semana pasada parecía a punto de firmar, su ala más a la izquierda repartía panfletos en Atenas en contra del acuerdo y del euro. No es fácil, no, que un partido sea pragmático cuando alberga en su seno todo un parque jurásico de la izquierda revolucionaria de los años 70.

Uno podía echar en saco roto la retórica agresiva de Syriza. Los ataques a Merkel y a Alemania, la soflamas contra la austeridad, lo de culpar de los males económicos de Grecia al enemigo exterior, la orgullosa vindicación de la soberanía nacional frente a las injerencias externas, la narrativa de acreedores chupasangres contra un país pobre e inocente que sufre una crisis humanitaria y tantas otras piedras que Syriza lanzó a los socios europeos de Grecia. Pero resultó que para una parte sustancial de Syriza y de su gobierno, donde está la derecha nacionalista y no un partido de centro, todo eso no era mera retórica para el consumo interno, sino la verdad revelada. La firma del acuerdo hubiera sido traición, y Tsipras tenía asegurada una revuelta interna.

La incógnita con Syriza fue, desde un principio, si quería resolver el problema financiero y económico de Grecia o marcarse un triunfo político y cantar victoria sobre Berlín, Bruselas, la austeridad, el neoliberalismo y demás monstruos del cuento. Ambas cosas a la vez no eran posibles y cualquiera lo sabía. O puede que los pobres ignorantes de la sofisticada teoría de juegos no logremos apreciar las sutilezas de aquello, sea lo que fuere, que está haciendo Tsipras. Va a hacer falta la hermenéutica.

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