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Cristina Losada

¿Quiénes son los fanáticos?

Ahí tenemos su definición, precisa y clara como el agua: fanática es la persona convencida de que, en un centro escolar español, su hijo tiene derecho a hacer en español los exámenes.

Una niña de 10 años suspende los exámenes por culpa del fanatismo de su padre. ¿Cómo dice? Es lo que viene a sostener, a instancias del diario El Mundo, la dirección del colegio público Sánchez Guarner de Valenciasobre el caso de Natalia Santacreu. La alumna responde en español a las preguntas escritas en valenciano, y esa licencia que se permite resulta intolerable a ojos de su maestra y de quienes dirigen el centro con fervoroso celo lingüístico. Para más, tiene la mala suerte de ser aplicada y sacar buenas notas en la asignatura de valenciano. Infortunio, en efecto, pues de ahí infieren sus profesores que es capaz, si quiere, de contestar en la vernácula y que no lo hace por instrucciones de su padre, el fanático.

Una desconocía que un colegio pueda expedir dictámenes de fanatismo sobre los padres de los alumnos con mayor premura que certificados de estudios. Pero ahí tenemos su definición, precisa y clara como el agua: fanática es la persona convencida de que, en un centro escolar español, su hijo tiene derecho a hacer en español los exámenes. Que se trate de la lengua oficial del Estado, cooficial en su comunidad autónoma y común de los españoles, nada importa a los "normalizadores" devotos. Digo mal, importa y mucho. El español, justamente, es el idioma a proscribir. Le darían más facilidades a Natalia si su lengua materna fuera el urdu o el árabe o el mandarín. Pero en español, ni la hora.

La identidad valenciana, la única y verdadera, pende de hilo tan frágil que se ha hecho imprescindible castigar a una buena alumna, propinarle sesiones de lavado de cerebro y amenazarla de expulsión. Pero, ojo, que los fanáticos no son los profesores que actúan de tal modo con una niña, sino el padre que insiste en reclamar un derecho individual sin respeto alguno por los derechos de las lenguas. Puro delirio, anteponer la persona al idioma, la identidad individual a identidades colectivas fabricadas. ¿A quién se le ocurre? Máxime en Valencia, cuyo presidente, Francisco Camps, ha negado siempre la existencia de cualquier conflicto por su política lingüística. Y es que, según la lógica perversa que rige en España desde hace décadas, los conflictos no los causa la imposición, sino quienes se resisten a plegarse. ¡Fanáticos!

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