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Cristina Losada

Reflexiones antes del ¿último? día Z

Pero estas elecciones, por primera vez, no se dirimen entre la izquierda y la derecha. Lo que está en juego es España como nación de ciudadanos libres e iguales.

Poco antes de las elecciones norteamericanas de 2004, la publicación FrontPage exponía su opción de voto en un editorial, como es costumbre en los medios de aquel país. Durante meses, había vapuleado al Partido Demócrata y a su candidato Kerry. El fundador de la revista, David Horowitz, era desde hacía años uno de los más despiadados y lúcidos críticos de una izquierda de la que había sido dirigente en los sesenta. Pese a ello, y tal vez por ello, aquel editorial recomendaba a sus lectores que votaran al candidato de su elección, esto es, que siguieran su propio criterio. Teniendo en cuenta lo que allí se había dicho de los demócratas, aquella toma de posición final era una muestra de confianza envidiable. La expresión del arraigado convencimiento de que fuera cual fuese el nuevo presidente, éste no iba a poner en peligro los fundamentos de la democracia estadounidense; de que esos cimientos presentaban una solidez suficiente como para soportar cualquier carga que les cayera encima.

La anécdota me pareció significativa entonces y ahora, en vísperas de nuestras elecciones, más todavía. Por contraste. Aquí esa confianza está desaconsejada. Sería suicida. Pues el resultado no sólo puede comprometer unos cimientos que ya han sido socavados. También y, sobre todo, porque está en riesgo su principal columna: la soberanía nacional. Paradójicamente, la soberanía nacional se manifestará el domingo próximo en las urnas para decidir si se mantiene o si se enviará a sí misma al vertedero una vez pasada por la trituradora. No ocurriría tal cosa de la noche a la mañana. Pero está ocurriendo. Zapatero encarna la decisión del PSOE de refundar su poder, no en la alianza táctica con los nacionalistas, sino en el alineamiento con su voluntad de fragmentar España en feudos que llaman "naciones". Si Z ganara por mayoría absoluta, cosa improbable, continuaría el despiece. Son "compañeros de viaje" aunque el PSOE piense –si piensa– que puede bajarse una estación antes de la que es final para sus socios.

Las penalidades del trayecto se han catado en abundancia allí donde gobiernan los reaccionarios amigos de Zeta. Y donde co-gobiernan con socialistas que han absorbido sus doctrinas y sustancias. El brebaje nacionalista se mezcla bien con el opio que dispensa este partido socialista. Con esa izquierda del pensamiento débil y la exaltación de la diferencia, que conecta con un relativismo extendido. Pero estas elecciones, por primera vez, no se dirimen entre la izquierda y la derecha. No estamos en las dos Españas, por mucho que se empeñen los ofuscadores y los ofuscados. Lo que está en juego, precisamente, es España como nación de ciudadanos libres e iguales. Y sólo hay tres partidos dispuestos a garantizar su continuidad: el PP, Ciudadanos y UPyD.

Toda política, decía el crítico y poeta vienés Karl Kraus, consiste en la elección del mal más pequeño. Las elecciones también. No hay buenos; sólo menos malos. Pero aquí no se trata de optar por el mal menor, sino de evitar el mayor de los males. Para mí, esto significa que es preciso arrojar a Zapatero a la oposición y al PSOE a la crisis. Que el domingo sea el último Día Z. No promete ser fácil. El drama de estas elecciones se mide por la magnitud de la inconsciencia que las rodea. Por la oceánica ignorancia sobre los riesgos que se afrontan. Por la indiferencia hacia los abusos perpetrados. Por la ceguera ante el engaño. En definitiva, por el consentimiento tácito o explícito con que se avanza hacia el basurero en que tirarán la soberanía de la nación española.

En España

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