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Cristina Losada

Rufufú en la Plaza de San Jaime

Si el dislate prospera es gracias a una conjura de los necios.

Si el dislate prospera es gracias a una conjura de los necios.

Viendo lo de Mas, dijo Centella el de Izquierda Plural que creía estar en la Calle de las Sierpes, donde se ponen los trileros con el juego de la bolita. No digo yo que no a la referencia sevillana, pero a mí lo de Mas del otro día, cuando anunció una consulta alternativa a la consulta, me trajo a la mente, y eso debo agradecérselo, la escena más desternillante que he visto nunca en el cine, que es la secuencia final de la comedia italiana I soliti ignoti, literalmente "Los desconocidos habituales". De 1958 es esta pieza genial, dirigida por Mario Monicelli, con los grandes a bordo, Victorio Gassman, Mastroianni, Salvatori y Totó, y que aquí se estrenó como Rufufú.

Una banda de delincuentes de poca monta se dispone a dar un golpe fácil y perfecto accediendo a la caja fuerte de un monte de piedad de Roma desde un apartamento colindante que está vacío en tales fechas. Allí entran una noche y pasan horas ingeniando el modo de hacer un butrón. Cuando tienen todo a punto y fantasean sobre qué van a hacer con el dinero del robo, mandan a Totó a por agua a la cocina. Cae, entonces, el trozo de tabique y mientras gritan alborozados se ve aparecer a Totó al otro lado del agujero. ¿Qué haces ahí?, le preguntan. ¿Qué hacéis vosotros ahí?, responde él. Han hecho un butrón para acceder a la cocina del apartamento. Los ladrones acaban sentándose a la mesa para comerse un guiso que encuentran en la alacena. Una página de periódico recoge la insólita noticia: "Desconocidos hacen un agujero para robar pasta con garbanzos".

Los ineptos cacos de la película son conscientes de que han fracasado de medio a medio. Han hecho el más espantoso de los ridículos, no hay más que hablar y vuelven a casa. Pero en nuestra doméstica farsa está visto que ni la impúdica exhibición de la estafa conduce al instante revelador que trae el choque con la realidad. De donde no hay no se puede sacar, así que de Mas no podía esperarse que saliera con el letrero de "Fin": fin del esperpento y fin propio. Puestos en su piel y dentro de su talla, se entiende incluso que dedicara esfuerzo a hacer pasar un guiso de pasta y garbanzos por un botín de tomo y lomo. Lo verdaderamente incomprensible es que cuele. Porque resulta que cuela.

No hablo de los propagandistas, dispuestos a vender como una jugada maestra un golpe fallido. A ellos les va como quien dice en el sueldo. Pero he ahí, por ejemplo, el comentario común de que esa consulta alternativa ya no tiene, vaya por Dios, garantías democráticas ni legales. ¡Como si las hubiera tenido la que convocó por decreto! Como si las garantías democráticas y legales salieran de la pluma Inoxcrom de Artur Mas y punto. He ahí a los telediarios, igual públicos que privados, recitando con imperturbable estolidez las nuevas normas que regirán la consulta, del mismo modo por cierto que recitaron las anteriores. Y he ahí, por terminar, a alguna prensa extranjera anunciando que se sustituye el "referéndum" por una "consulta" y dejando patente su confusión, por otro lado comprensible. En fin, cada día que pasa más me convenzo: si el dislate prospera es gracias a una conjura de los necios.

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