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Cristina Losada

Ser terrorista aquí es un chollo

Y sabe que la ley es la ley únicamente para los pringados, entre los que no se cuentan los de su calaña. Pero es que somos, como insiste De La Vogue, un país muy vanguardista en materia de derechos.

El ministro Bermejo confía en que el terrorista De Juana haya entendido qué significa vivir en sociedad. No se preocupe el titular de Justicia, que eso está hecho. Ese asesino múltiple que está punto de convertirse en hombre libre ya ha comprendido en qué consiste vivir en esta sociedad: Cumplir diecinueve años de cárcel cuando te condenan a tres mil; salir de la trena sin condiciones cuando no te retractas de nada y festejas los asesinatos que cometen tus compinches; y disfrutar obligando a las víctimas a sufrir tu cercanía física, son sólo algunas de las maravillas que reporta residir en España y dedicarse al crimen bajo las siglas de ETA.

Vamos, que De Juana Chaos ha entendido que aquí ser terrorista es un chollo. Por experiencia propia y ajena tiene constancia de que sale barato. Y sabe que la ley es la ley únicamente para los pringados, entre los que no se cuentan los de su calaña. Pero es que somos, como insiste De La Vogue, un país muy vanguardista en materia de derechos. Tanto así que, con frecuencia, se dan circunstancias como ésta, que un terrorista que no se arrepiente tiene derecho a todo. Se incluye en el pack ser recibido como un héroe, disponer de monumentos y calles con su nombre y que las víctimas de ETA se hayan de contentar con el derecho a lamentarse. Estamos en la vanguardia, pero de la infamia.

Claro, que esos golpes no han de encajarlos sólo las víctimas, ni tampoco las viudas, los huérfanos y las madres de asesinados que tendrán que compartir barriada con De Juana. Es España entera la que recibe las bofetadas, aunque no quiera enterarse. De haberse enterado, y de haberse enterado hace décadas, la banda criminal no habría tenido una vida tan larga.

Pues hechos de esta naturaleza infligen algo más que sufrimiento personal. Dañan y arruinan los cimientos de una sociedad que se quiera libre. Pero, ¿se quiere así la nuestra? Cuando se acepta durante años que los terroristas campen en las instituciones, cuando se tarda tanto en establecer el cumplimiento íntegro de las penas –medida que a Zapatero le parecía reaccionaria–, cuando se elige como gobernantes a quienes negociaron con los criminales y los trataron mejor que a sus víctimas, no hay más remedio que dudarlo.

En España

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