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Cristina Losada

¿Tea Party europeo o cacaolat?

El próximo Parlamento europeo puede disponer de un bloque antieuropeo y antieuro muy nutrido.

El próximo Parlamento europeo puede disponer de un bloque antieuropeo y antieuro muy nutrido.

Para escándalo de muchos, el partido de Marine le Pen se dirige hacia una victoria en las próximas elecciones europeas, que servirán como nunca de canal de desahogo para el voto de protesta y de castigo. El escándalo, como la indignación, hace mucho ruido y brinda satisfacción moral, pero más vale dejarse de gritos y estudiar las razones de ese ascenso, que no son muy distintas a las que insuflan fuerza a partidos populistas en otros lugares de Europa.

Naturalmente, hay diferencias entre ellos, pero es mucho más lo que tienen en común. Todos se nutren de un doble fenómeno de deslegitimación provocado, en lo esencial, por la crisis económica: la que afecta a los sistemas políticos nacionales, que resienten los partidos de gobierno, sean de izquierdas, caso de Hollande, o de derechas; y la que erosiona el prestigio de la Unión Europea y de la moneda común. Sí, es una lástima que la legitimidad se vincule únicamente a resultados económicos, pero el fallo viene de atrás y ahora tiene difícil arreglo.

El caso de Francia es llamativo, pues no se percibe como un país metido en el furgón de la periferia europea, como Portugal, Irlanda, Grecia, Italia o España. La realidad, sin embargo, es que la economía francesa ha sufrido las distorsiones que padece toda la Europa del sur. El mensaje de Le Pen contra el euro, contra Europa y contra Alemania responde a un reconocimiento que la derecha y la izquierda francesas no se atreven a hacer, y es que Francia forma parte de los despreciados PIGS, por más que engañen las apariencias.

Así las cosas, el próximo Parlamento europeo puede disponer de un bloque antieuropeo y antieuro muy nutrido, perspectiva que el Frente Nacional quiere reforzar mediante acuerdos con partidos de similar pelaje. Alguna prensa quiere ver en ello el nacimiento de un Tea Party europeo, en el que Marine le Pen haría, supongo, de Sarah Palin. La incongruencia es que esta Palin europea, en vez de libertaria, será lo opuesto: estatista. Es una diferencia tan radical que no hay modo de saltársela. El vicio de estirar los conceptos como chicle está muy extendido, pero llámenle de otra manera a lo que consiga formar Le Pen, porque lo del té no podrá ser.

Las etiquetas tienen su importancia en la batalla política. No se ponen porque sí. Esto nos lleva al problema del principio. El auge de los populismos tiene razones objetivas y no se combate con descalificativos. Menos aún cuando se aplican selectivamente según sean populismos de derecha o de izquierdas, distinción que es muy discutible, pero vaya si se hace. De ahí, la admiración papanatas que suscitó Beppe Grillo, como si sus Cinco Estrellas cayeran del cielo para renovar la vida política. De ahí, en contraste, la escandalera por el ascenso de Le Pen. ¿Es una fascista y el otro de extrema izquierda? A saber. Las fronteras son porosas. No hay agua clara, se impone el cacao. Tan es así que el discurso económico de Le Pen, presentado sin su nombre, lo habría firmado Mélenchon. O, ya puestos, Llamazares.

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