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Cristina Losada

Tomás Gómez y primarias para ti

Hay quien prescribe primarias abiertas a los demás, pero en su propia casa quiere primarias cerradas. Es el caso de Tomás Gómez, secretario general del PSM.

Hay quien prescribe primarias abiertas a los demás, pero en su propia casa quiere primarias cerradas. Es el caso de Tomás Gómez, secretario general del PSM.

Hay quien prescribe primarias abiertas a los demás, pero en su propia casa quiere primarias cerradas. Es el caso de Tomás Gómez, secretario general del Partido Socialista de Madrid, que ha decidido restringir a los afiliados la elección de los cabezas de lista en las autonómicas y municipales. Esto no deja en buen lugar a Gómez, ni tampoco al PSOE, que ha sacado pecho con su apuesta por las primarias abiertas. Pero sea cual sea el procedimiento, la pregunta a hacerse no es sólo sobre las dificultades de la democratización interna de los partidos. Es acerca de su importancia para la mejora de nuestro sistema político. Ya adelanto que no veo que sea la cuestión clave.

No encuentro ninguna razón de peso para secundar la idea de que bastará con que las bases de los partidos participen mucho más en las decisiones para que se corrijan los defectos de los partidos y del sistema. Eso sería un milagro. Dar por supuesto que las bases son virtuosas y se opondrán a las cúpulas viciadas es simpleza o ingenuidad muy relacionada con el populismo ambiental de este tiempo. Por lo general, los miembros de partidos que con más entusiasmo defienden las primarias son aquellos que no gozan del cariño de los dirigentes, y confían, ¡en exceso!, en lograr el apoyo de la base.

En este fervor que despiertan las primarias, el PSOE no sólo quiere marcar tendencia, también marcársela a los demás, y sopesa proponer que sean obligatorias por ley, hala. El Foro Más Democracia, impulsado por Jordi Sevilla y Josep Piqué, recaba apoyo para un proyecto de ley de partidos que impondría la celebración de primarias (cerradas para los cargos internos y abiertas para los candidatos) y que regularía el funcionamiento partidario hasta el más mínimo detalle. Es increíble que haya tantos adeptos de la hiperregulación cuando sus resultados prácticos más bien aconsejarían matizar ese fervor con un tanto de escepticismo, pero los hay.

Si con el impulso de la democracia interna se quiere incentivar la participación de los ciudadanos en los partidos, me temo que llega tarde: la tendencia en toda Europa es de caída de la afiliación. Los partidos de masas surgidos en la posguerra se están despoblando, y mucho. Encuadrarse en un partido ha dejado de ser la vía preferida para implicarse en la vida pública. Y si lo que se busca es acabar con la partitocracia, con la colonización de las instituciones del Estado por los partidos, tampoco la democracia interna va a ser el camino. Porque el problema, y éste sí afecta de lleno al sistema político, no es tanto que las cúpulas partidarias tengan demasiado poder: es que tienen demasiado poder los partidos.

Redúzcase el poder de los partidos para colonizar las instituciones y Administraciones y se reducirá el poder de sus cúpulas. Hágase mucho más pequeña la tarta de cargos y sueldos que dependen de los partidos y menguará el número de apparatchiki cuya carrera depende de ser el pelota del jefe. Esto, no las primarias por ley, sí que representaría una diferencia sustancial. Actuar desde fuera será mucho más eficaz que hacerlo desde dentro. Entre otras cosas, porque dentro siempre habrá un Gómez que adapte las bonitas reglas a su conveniencia.

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