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Cristina Losada

Tuits que cambian la Historia

Puigdemont y su 'Estado Mayor' se comportaron como unos botarates. De cuidado.

Puigdemont y su 'Estado Mayor' se comportaron como unos botarates. De cuidado.
Gabriel Rufián | EFE

Las redes sociales ahora cargan con todo. El otro día, por ejemplo, Josep Borrell dijo en la presentación de un libro sobre populismo que la influencia de las redes había sido determinante en la elección de Trump, y lo expresó así: "Para Hitler fue la radio, para Trump ha sido Twitter". Esta analogía no es invento de Borrell, pues circuló antes por medios anglosajones, pero lo más llamativo no es que ponga a Hitler y a Trump en la misma línea, que también, sino otra cosa: muestra una tendencia a dejarse llevar por el espejismo de la novedad. Hoy, a la hora de explicar acontecimientos políticos aparentemente inexplicables se recurre antes a la magia de los medios que a las condiciones objetivas.

De creer en la magia de las redes sociales podemos llegar a creer lo que nos cuentan las reconstrucciones periodísticas de los últimos días del Govern de Puigdemont. Y es que, según esas reconstrucciones, entre ellas la que hace unos días publicó El País, hubo dos o tres tuits que fueron determinantes para que el entonces presidente de la Generalitat tirara a la papelera la convocatoria de elecciones que ya tenía lista para evitar la aplicación del artículo 155. Adelanto que para creer tal cosa hace falta creer mucho en la magia.

Es difícil reconstruir unos hechos cuando las fuentes de que se dispone son internas e interesadas. El interés de los testimonios de aquellos tres días de caos se hace visible en el cuerpo del relato: salvar a Puigdemont, darle un barniz de estadista, aunque sea por unas horas. Así, nos presentan a un Puigdemont decidido a ser responsable por una vez. Dispuesto a convocar las elecciones para evitar la intervención de la autonomía, tal como le aconsejaban Urkullu y otros mediadores. Decidido a hacerlo pese a la oposición de muchos de los suyos, pese a la distancia táctica de Junqueras y pese a los llantos de Marta Rovira, que quería seguir adelante como fuera.

Tan decidido estaba Puigdemont, que no hizo lo que tenía decidido. Ese es el problema. El gran problema del relato. Pero los cuentacuentos tienen la solución. Es una solución fácil: echarle la culpa a otros. Ya tenía el decreto, ya lo iba a mandar publicar, ya estaba todo encarrilado, cuando de la noche a la mañana, en unas pocas horas, todo cambió. Todo cambió porque Junqueras hizo peña con la llorosa Rovira, y se encaró con el pobre Puigdemont. Quizá podía resistir ese embate, pero entonces llegaron los tuits. Como una lluvia ácida, aunque de sólo dos gotas.

Primero, dicen, fue un tuit de Albiol afirmando que el Gobierno no pararía la tramitación del 155. El pequeño detalle es que Albiol no puso ese tuit. Es cierto que dio entrevistas en ese sentido, pero ya se había anunciado que Puigdemont no iría al pleno del Senado. No obstante, el tuit decisivo, el que inclinó la balanza, el que se llevó por delante las pocas fuerzas que le quedaban a Puigdemont, vino justo después. Fue un tuit de Gabriel Rufián que decía lacónico "155 monedas de plata". Ahí, Puigdemont se derrumbó. Además, le estaban llamando traidor en las calles y eso no hay estadista que lo aguante.

Francamente. No sé qué es peor. Porque un dirigente político que altera su decisión por unos tuits o unos gritos en la calle ni es un dirigente ni es un político. Con ese relato, por salvarle un poquito, le dejan como un pelele. Si lo que pretenden desde el PDeCAT es echar sobre Albiol y Rufián alguna responsabilidad por la huida hacia adelante del ínclito Cocomocho, lo hacen a costa de que aparezca como un sujeto sin determinación, influenciable y voluble, mera veleta de estados de ánimo que cambian al menor soplo de viento.

Los que somos de la vieja escuela no creemos que unos tuits puedan tener tal grado de influencia sobre los acontecimientos. Creemos, más bien, que los acontecimientos tienden a ser el resultado de una secuencia. La secuencia del procés no dejaba otra salida que la que tomaron Puigdemont y el resto de iluminados que acabaron de protagonistas. Tenían que tirarse al precipicio. Sí, había alguna opción: podían hacerlo con dignidad; resultó que lo hicieron sin ella. Se crea o no en la magia de las redes, la conclusión es que Puigdemont y su Estado Mayor se comportaron como unos botarates. De cuidado.

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