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Cristina Losada

“Welcome refugees”

Es fácil y demagógico colgar pancartas, mientras le colgamos el problema a 'otros'.

Dicen que el Congreso ha debatido sobre el acuerdo entre la UE y Turquía para frenar el flujo de refugiados. Dicen. Yo diría que el acuerdo sobre los refugiados ha servido de pretexto para continuar en el debate postelectoral y preelectoral, que es lo que mola. Es curioso lo que sucede en España con la crisis de los refugiados. De un lado, no deja de informarse y hablarse de ella, casi siempre para decir que "lo que está haciendo Europa" es una "vergüenza". Al tiempo, es como si fuera un problema ajeno. Hasta esa manera de denunciar "lo que está haciendo Europa" muestra la toma de distancia: como si Europa no fuéramos también nosotros.

Tal es la distancia respecto a una de las crisis humanitarias más graves y difíciles de gestionar que ha tenido la UE, que ni siquiera es percibida como un problema por los ciudadanos, como vienen atestiguando los barómetros del CIS. La razón de que sea así quizá tenga algo que ver con un hecho: el flujo de refugiados que ha provocado la guerra civil siria no llega aquí. España iba a recibir a unos 17.000 refugiados, pero sólo han venido dieciocho. Las pancartas de "Welcome refugees" que cuelgan en varios ayuntamientos son pura retórica. No dan la bienvenida a unos refugiados que no están; sólo proclaman los buenos sentimientos de los que están detrás de la pancarta. La alcaldesa de Barcelona ha protestado vehementemente por que el Gobierno no dé luz verde a un proyecto piloto para reubicar allí a refugiados que están en Atenas. Pero el proyecto se reduce a la acogida de un centenar de personas.

La ausencia de inquietud ciudadana por el problema de los refugiados se produce a pesar de que la información sobre las penalidades de los desplazados es abundante y continua, como lo son también los comentarios que claman contra la vergonzosa actuación europea. Igual es que los medios no tienen tanta influencia como creen a la hora de configurar las preocupaciones del público. En este caso, al menos, seguro que no tienen tanta influencia como la realidad. Si España hubiera recibido a un número de refugiados similar al de Alemania o Suecia, si tuviera que hacer frente a flujos de refugiados de las dimensiones que encaran Grecia y otros países situados en la ruta, la percepción pública sería distinta.

En la sesión del Congreso, Pedro Sánchez se dijo dispuesto a convertir a España en un país de acogida, "si soy presidente", para lo cual no esperaría a que los refugiados pidieran asilo aquí. "No lo harán", dijo con realismo, "porque están deslumbrados con Alemania. Por eso hay que ir a buscarlos". Buena suerte, Pedro. No ya por lo dudoso de que los refugiados quieran venir en cantidad significativa, sino por lo que sucedería si lo consiguiera. Y es que en ese instante tendríamos aquí los mismos problemas y tensiones que los países europeos que realmente están acogiendo a refugiados. Esos países y gobiernos a los que ya es común acusar de egoístas, de conculcar derechos humanos, o de ceder a las tendencias contrarias a la inmigración. Porque todos somos muy buenos cuando no cuesta nada. Es muy fácil hacer gala de buenos sentimientos solidarios si no implican ningún coste. Es fácil y demagógico colgar pancartas, mientras le colgamos el problema a otros.

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