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Cristina Losada

Zapatero como títere

Eso es diferente a afirmar que el centro decisorio se ha trasladado, en pleno, allende nuestras fronteras. La prueba de que aún permanece aquí es que, al menor resquicio, Zapatero se escaquea. Ni Europa consigue meterle en vereda.

Bien mirado, no hay tanta distancia entre los hunos y los otros. Existe, en realidad, un consenso, por completo ajeno a la voluntad de las partes. La izquierda asegura que la política económica de España ha pasado a manos de los mercados, léase codiciosos especuladores y otra gente ruin que habita el planeta neoliberal y tenebroso. La derecha denuncia que la economía española está intervenida desde el exterior y que, en ese crucial aspecto, la nación ha devenido un protectorado de los socios europeos más solventes. Por supuesto, no ha sido Aznar el primero en sostener tal cosa. Y, si no miente la hemeroteca, fue Rajoy quien estrenó esa opinión en el Congreso, al poco de que Zapatero se cayera –a medias– del caballo, a resultas del empujón de Merkel, Sarkozy, Obama y cuantos veían con temor la gran escapada de la realidad que protagonizaba.

Unos y otros coinciden, por tanto, en que las decisiones de calado económico se adoptan lejos de La Moncloa, premisa que nos deja a un Zapatero-muñeco, que mueve los bracetes y firma los decretos impulsado por fuerzas externas. En la izquierda, tal postulado guarda coherencia con su visión conspirativa del libre mercado. Y presenta la ventaja de eximir de responsabilidad al principal partido de la marca: Él no quería, oiga, pero le obligaron. Así, se lamentará que el abanderado de la "política social" cediera a las presiones, pero la artillería pesada se emplea contra los culpables auténticos: esos mercados sin corazón ni cara. Al calor del hogar, se cuenta de nuevo para instrucción de los neófitos, la vieja historia de lucha entre los bondadosos políticos y los mercaderes malévolos. Más leña al fuego del anticapitalismo primigenio.

Para la derecha, sin embargo, retratar a Zapatero como un monigote que baila al son que le tocan desde Berlín o Bruselas, tiene un inconveniente. Y es que, entonces, no cabe criticarle por las medidas que han sido dictadas desde fuera. Si la economía se halla intervenida y el Gobierno se limita a hacer cuanto le ordenan, los de Rajoy habrán de dirigir sus dardos contra el Ecofin, el FMI o quienquiera que mande realmente, pero no contra el presidente. El PP quiere significar que la desconfianza hacia él es tan profunda que se le mantiene bajo estricta vigilancia. Pero eso es diferente a afirmar que el centro decisorio se ha trasladado, en pleno, allende nuestras fronteras. La prueba de que aún permanece aquí es que, al menor resquicio, Zapatero se escaquea. Ni Europa consigue meterle en vereda.

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