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Cristina Losada

Zapatero y el puro de Churchill

¿Qué se fizo de tanto galán que en plazas y ruedos clamaba contra el abaratamiento del despido que pretendía la derecha de la mano de la patronal? Pues ahí están, frescos y sobrados como si los hechos nunca dejaran de darles la razón.

El veterano Zapatero le da consejos al novato Cameron. Los hombres mayores, escribió La Rochefoucauld, gustan de ofrecer buenos consejos para consolarse de que ya no pueden dar mal ejemplo. No es, desde luego, el caso del presidente. Siempre ha mantenido a alto rendimiento su capacidad para elegir el camino equivocado. Precisamente así lo ha hecho en todo cuanto acaba de recomendar al premier británico. Haga el ajuste y las reformas "cuanto antes y lo más ampliamente posible", le predicó el gobernante socialista que ha dilatado hasta la agonía el instante de emprender una mínima reducción del gasto público y una abstrusa reforma laboral. Pero la gracia que adorna a la izquierda reside ahí; en dotarle a uno de confianza inextinguible en que puede y debe dar lecciones. Al prójimo, por supuesto.

Zapatero aplicó con tal ejemplaridad las instrucciones que le ha impartido a Cameron que, durante dos años, delegó la responsabilidad de la reforma en quienes no podían ni debían aprobarla. La hurtaron al parlamento, ellos, que tanto encomian la política ("la política vence a los mercados") y el resultado es que ha de ir allí en forma de farragoso texto y semillero de confusiones. Pero que la letra pequeña no oculte la grande. Mientras se hace la necesaria exégesis de los treinta y nueve folios, la noticia está en la calle: el despido se abarata. Y sea ello real o virtual, lo cierto es que se ha roto uno de los tabúes más inviolables que regían en España desde la época de Franco. Abaratar el despido era anatema, pecado, verboten y, de la noche a la mañana, resulta un concepto imbuido de razonabilidad.

Así, como quien no quiere la cosa, ha caído otro de los baluartes del socialismo de Atapuerca y Zapatero ha perdido una seña de identidad más. Se ha quedado sin el puro, como Churchill. A Sir Winston se lo quitaron con el photoshop y el presidente se hace el photoshop quitándose uno de los amuletos de su política sosial. ¿Qué se fizo de tanto galán que en plazas y ruedos clamaba contra el abaratamiento del despido que pretendía la derecha de la mano de la patronal? Pues ahí están, frescos y sobrados como si los hechos nunca dejaran de darles la razón, sentando cátedra en el mundo mundial.

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