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Cristina Losada

Zapatero y la pizarra mágica

Hubo un tiempo en que había en el Partido Socialista muchos maestros. Ya pasó. Ahora, uno tiene la sospecha y, en ocasiones, la certeza de que sus dirigentes o apenas han pasado por las aulas o las aulas no han pasado por ellos.

El verdadero atractivo del socialismo siempre ha estado en su sugerencia de que no hay que pagar por nada. De joven y naif, circunstancias que no siempre van juntas, uno piensa que el gancho socialista es el ideal de una sociedad más justa. Puro desconocimiento de la naturaleza humana. Incluso cuando ofrecía esa doctrina cierto alimento espiritual y prometía una vida sin frustraciones, la clave del asunto estaba en la gratuidad. Se disfrutaría de todas las bendiciones de la modernidad y no habría que abonar la factura de sus costes psicológicos.

Cuando ha de parecer que todo sale gratis, no conviene mencionar siquiera conceptos como esfuerzo, trabajo y sacrificio, valores conservadores que quitan esa alegría de vivir al día, fundada en que el Estado proveerá si algo se tuerce. De manera que no. No se oirán preceptos retrógrados como los antes citados, ni otros igualmente tenebrosos, tales como mérito, autoridad o disciplina. Mentarlos sería como espantar al electorado y tenemos a un electorado que quiere creer, con todas sus fuerzas, en la gratuidad y que puede hacerlo, pues está convencido de que los impuestos los pagan otros y que el dinero público se genera milagrosamente, como el maná.

Ninguno de los abalorios que mostró Zapatero en el debate ejemplifica tanto esa filosofía de base (y para la base) como el de la pizarra digital y el portátil por alumno. No sólo van a salir "gratis" esos costosos gadgets, sino que también representan la ilusión de que se puede salir gratis, sin esfuerzo, de la crisis. El PSOE ha resucitado el viejo latiguillo suyo del cambio de modelo productivo y, ficción sobre ficción, viene a decir que esa mutación se hará sin cambiar el modelo educativo. Ni tampoco, por supuesto, el laboral. Con una ley, una pizarra y un portátil trasformaremos el país del ladrillo en un Silicon Valley... funcionarial. Y, en el fondo, esa gran falacia de que todos los problemas económicos se pueden resolver por medios políticos.

Lostelecosy otras gentes de poca fe cuestionan el realismo de la promesa zapaterina, pero nada podrá la realidad contra la superstición, tan extendida, de que una conexión a internet y un ordenata garantizan el conocimiento por sí mismos. Y, en todo caso, mejor que un profesor, unos libros y una clásica pizarra con su borrador y su tiza. Quienes sufren el purgatorio de las aulas se preguntan si el destino del incierto portátil será la reventa, si servirá como elemento de distracción o se empleará para propagar bonitos virus informáticos. Hubo un tiempo en que había en el Partido Socialista muchos maestros. Ya pasó. Ahora, uno tiene la sospecha y, en ocasiones, la certeza de que sus dirigentes o apenas han pasado por las aulas o las aulas no han pasado por ellos. Lo que es peor.

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