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Daniel Blanco

Messi es el que manda

Messi ha sido un grande pero el último año y medio no ha sido tan decisivo para el equipo. Ha alternado grandes actuaciones con tardes para olvidar.

Hay veces que lo que has visto en un terreno de juego es tan grandioso que no lo olvidas fácilmente, se te queda marcado en la retina por mucho tiempo, es casi imborrable. Leo Messi ha sido el auténtico protagonista del juego del Barcelona los últimos ocho años, el más influyente, el más valioso, quizá, en la historia del club. Eso es indiscutible. Nadie te puede aportar unos datos que digan que el astro argentino no haya sido un grande.

Otra cosa muy distinta es que haya matices en todas estas afirmaciones. Messi ha sido un grande pero el último año y medio no ha sido tan decisivo para el equipo. Ha alternado grandes actuaciones con tardes para olvidar, días de goles importantes, con días de hat tricks sólo para la galería en partidos intrascendentes, días de presión y movimiento, con noches ausente sin esforzarse. Messi ha combinado grandes momentos con tardes para el recreo personal y para engordar unos datos que serán muy buenos para él personalmente, pero que no le dan nada al fútbol. Que un jugador meta una cantidad de goles es absolutamente intrascendente si hablamos de formar un equipo ganador.

Todo esto se une a los problemas extradeportivos que tiene el argentino. Los económicos, de tan farragosos y tan obvios no estaría de más no olvidarlos, pero nunca hacerlos básicos en un análisis futbolístico. Son más graves los problemas que Messi tiene dentro del Barcelona. Es obvio que la relación con sus compañeros no es la mejor. Cesc, en la biografía del argentino que escribió el periodista Guillem Balagué, ya dijo algo completamente revelador. "Leo es muy listo en todo lo que hace. Tiene un carácter muy especial y fuera del campo piensa mucho lo que hace en cada momento. Nosotros somos más de soltar una risa de vez en cuando. Leo piensa todo y si tiene que hablar menos en un momento determinado, lo hace con tal de no mostrar su verdadero estado de ánimo".

Es también evidente que Messi manda en el Barcelona bastante más que los presidentes que han estado en el club. Ninguno, es obvio, se atrevería a toserle. Leo ha dado grandes momentos al Barcelona y en el fútbol eso se tiene que devolver. Todos están en deuda con el argentino si valoramos lo que ha dado deportivamente. Pero un jugador, por mucho Dios que haya sido, no puede ser la figura más importante de un equipo. Simplemente por valores deportivos de entidad. Messi se ha ganado el cielo en el ámbito futbolístico, pero no puede poseer el mando para que haga y deshaga a su antojo.

La crueldad del fútbol se ha cebado con el Barcelona en ese sentido. El forjamiento de una estrella ha llevado al club a estar próximo a la debacle. Messi se ha hecho el dueño porque él creé que lo debe ser y el resto determina que merece serlo. El resto no incluye a Luis Enrique, quizá el primer entrenador que se ha atrevido a discutirle varias cosas al jugador. Cuando todos los entrenadores deberían poder decirle a su jugador, sea quien sea, las cosas que consideren, resulta que en el Barcelona Luis Enrique ha sido el primero en hacerlo. La conclusión es que el asturiano está a punto de marcharse o, como mal menor, le agradecerán los servicios prestados a final de año. A no ser que se produzca algo impensable.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, la cuerda podría romperse por el lado más fuerte en teoría. Algún diario catalán analizaba el otro día la posibilidad de que a Luis Enrique le hubieran dicho ya que Messi podría marcharse y que tendría plenos poderes a partir de ese momento. El asturiano los debería tener ya, pero claro, en el Barcelona es Messi el que manda.

Por eso la verdadera enfermedad que tiene el equipo es la dependencia. Nunca un jugador fue tan grande como Messi en el club, pero hay que cortar por lo sano porque esto no acabará bien. Lo último, la propuesta del argentino para alargar sus vacaciones de navidad, la negativa de Luis Enrique que claudica finalmente, a cambio, según me cuentan, de vengarse deportivamente. No jugaría en San Sebastián de titular. Luego, el cabreo del jugador que se gana a los aficionados, muy influenciables y sensiblones en estos casos y muy aferrados al crack que les ha dado todo. Luis Enrique se queda solo y ante el Elche es el silbado. Mala cosa.

Esto acabará mal. Ya acabó el año pasado, sin títulos, el anterior, con uno sólo y perdiendo la identidad del juego. Cuando una oferta próxima a 200 millones sobrevoló las arcas del club deberían habérselo pensado mejor viendo que el rendimiento ahora dista mucha de lo que fue. Pero claro, Messi manda en el Barcelona más que el presidente.

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