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Daniel Greenfield

Bienvenidos al Alqaedistán africano

Al Qaeda tiene ya su Alqaedistán en Mali, un territorio del tamaño de Texas. Al Qaeda, recordemos, lanzó su guerra contra Occidente desde África.

Al Qaeda tiene ya su Alqaedistán en Mali, un territorio del tamaño de Texas. Al Qaeda, recordemos, lanzó su guerra contra Occidente desde África.

"Cuando me llegó el turno, me vendaron los ojos", dice el ladrón. "De pronto sentí un dolor inenarrable en mi mano derecha. Acababan de amputármela".

Esto es Gao, antaño capital de un imperio y hoy una pequeña ciudad sojuzgada por sus conquistadores islamistas. Gao se ha convertido en un lugar en el que a los ladrones se les cortan las manos, las mujeres son obligadas a llevar el hiyab –con 50 grados a la sombra– so pena de ser sometidas a una tanda de latigazos y las parejas que no están casadas son lapidadas hasta la muerte.

En África las fronteras no son sino espejismos por los que mil grupos étnicos, con sus propios sueños de gloria, van, vienen y luchan hasta que corre la sangre. Los tuaregs eran uno de ellos. Como muchos otros, querían disponer de su propio país. Como muchos otros, eran una minoría que se sentía agraviada y perseguida. Como muchos otros, encontraron padrinos dispuestos a darles dinero y protección a cambio de que siguieran luchando. Cuando su levantamiento fracasó, aparecieron en la Libia de Gadafi, siempre en busca de mercenarios para rehacer el continente según su estupefaciente cosmovisión. Cuando Gadafi desapareció, las milicias separatistas tuaregs, aún deseosas de gloria, cogieron sus armas y se marcharon a Mali para fundar allí su propio Estado.

En los últimos cien años, en el mundo islámico ha habido movimientos políticos de dos tipos: o islamistas o nacionalistas. Algunos tuaregs soñaban con tener su propia nación; otros, con un califato que impusiera la ley islámica a los ladrones y a las niñas, en Gao y en Tombuctú y finalmente en el mundo entero. Unos y otros conseguían armas en el arsenal libio. Pero los islamistas tenían mucho más dinero y el apoyo del tenebroso Oriente Medio de los oleoductos y los predicadores. Los nacionalistas no tienen predicadores que llamen a la oración.

Al Qaeda tiene ya su Alqaedistán en Mali, un territorio del tamaño de Texas. Al Qaeda, recordemos, lanzó su guerra contra Occidente desde África.

Muchos de los islamistas que pululan por Gao son extranjeros procedentes del norte de África y de más allá, salafistas y mercenarios atraídos por el dinero procedente del Golfo Pérsico, narcos que buscan proteger sus rutas de contrabando, violadores y ladrones que ponen sus negocios bajo la advocación del Corán.

En torno al núcleo duro de estudiantes del Corán que memorizan los versículos del texto sagrado y predican la muerte hay un anillo de sociópatas, asesinos, drogadictos y jóvenes aventureros, y un grupo lo bastante organizado para alimentarlos y procurarles un lugar en el nuevo y resplandeciente emirato, donde sus armas serán la Ley y las mujeres carecerán de derechos. He aquí el verdadero aspecto de Al Qaeda: una bola de estiércol que cobra tamaño y velocidad a medida que rueda ladera abajo. Una banda de sádicos que erige sus propias fortalezas y que pelea por un nuevo reino, posibilidad que se les franqueó con la caída de Libia.

Los países son oasis de orden en medio del desierto. Por crueles y desagradables que sean, confieren cierta estructuración a luchas y resentimientos que sólo se solucionaban con la esclavitud o la muerte.

Obama derrocó a Gadafi sin pensar ni reparar en las consecuencias. Una de ellas ha sido la emergencia de un Alqaedistán en Mali. Otra, el trasiego de armas al este y al oeste de Libia con destino a viejas milicias en busca de nuevas guerras. El arsenal de Gadafi está ahora en Gaza y en Alepo, y dentro de poco en Afganistán, si es que no ha llegado ya allí, y decenas de miles de personas más perderán la vida.

Sobre Mali sigue pesando un embargo de armas, pero ese embargo no representa problema alguno para Al Qaeda, atiborrada de armamento liberado luego del derrocamiento de Gadafi por parte de Obama.

Cuando Al Qaeda trató de hacerse con Somalia, George W. Bush se interpuso. Pero cuando le llegó el turno a Mali, Obama había salido a comer. La Unión Africana trata de reunir una fuerza de choque para recuperar el territorio, pero no recibe ayuda alguna de Estados Unidos. A diferencia de Europa, Obama se ha negado a enviar instructores al Gobierno de Mali para reconstruir sus Fuerzas Armadas. Y lo que sale del Departamento de Estado se parece mucho a lo que ya se saben de memoria los talibanes. Apaciguamiento.

"Hay que mantener negociaciones antes, durante y después", recoge la revista Time de un diplomático norteamericano. Como en Afganistán y en Egipto, Barack Husein Obama sigue buscando islamistas moderados. Las negociaciones con los talibanes no han llegado lejos, pero Obama está encantado de perder años negociando en Mali con Ansar al Dine, mientras las menores de edad crecen emburkadas bajo el yugo de los nuevos talibanes africanos.

Las mujeres de Mali piden ayuda. Obama quiere que primero se celebren elecciones. Mali está lleno de líderes de Al Qaeda con teléfonos móviles, pero ningún drone va a por ellos. El mismo individuo que irrumpió impacientemente en Libia, desatando el caos y un baño de sangre que acabó salpicando las paredes de la misión diplomática norteamericana en Bengasi y la plaza de Gao, está jugando la baza de la demora cuando se trata de poner freno a los islamistas.

"He dicho a mis amigas que tenemos que tener el coraje de manifestarnos a cara descubierta para protestar contra este estado de cosas. Pero tenemos miedo", le dice una mujer del norte de Mali a un periodista. Obama no tiene tanto valor. Mientras se recluta a niños soldado, se erigen auténticos bastiones y se convierte a las niñas en esclavas, el responsable de todo esto sonríe y practica su swing ante las cámaras.

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