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Daniel Pipes

Deseo femenino y trauma islámico

Las fotografías de la prisión de Abu Ghraib en Irak tocaron de tal modo la fibra sensible del mundo musulmán que un analista dijo que las fotos de violaciones "igualarían una explosión nuclear" de ser vistas en países musulmanes. Reacciones tan extremas traen a colación el delicado tema del sexo en las relaciones entre musulmanes y occidentales.
 
Los mundos occidental e islámico poseen premisas enormemente diferentes acerca de la sexualidad femenina. Me baso en las ideas expuestas por Fátima Mernissi en su libro de 1975, traducido al inglés como Beyond the veil (Más Allá del Velo) y que trata sobre las relaciones entre hombres y mujeres en la sociedad musulmana moderna. En Occidente, hasta no hace mucho se asumía que hombres y mujeres experimentan el eros de modo diferente, con el varón emprendiendo activamente la caza, seducción, y penetración, y la hembra aguantando la experiencia pasivamente. Sólo últimamente la idea de que las mujeres tienen también deseos sexuales tomó fuerza.
 
Considerando la reputación musulmana de tradiciones arcaicas, es irónico observar que la civilización islámica no sólo retrata a las mujeres como sexualmente deseosas, sino que las considera más apasionadas que los hombres. De hecho, entender esto así ha determinado el lugar de las mujeres en la vida musulmana tradicional.
 
Según la visión islámica, tanto los hombres como las mujeres buscan la cópula, durante la cual sus cuerpos experimentan procesos similares, trayendo placeres similares. Si los occidentales vieron el acto sexual tradicionalmente como campo de batalla donde el varón ejerce su supremacía sobre la hembra, los musulmanes lo vieron como un placer tierno y compartido.
 
De hecho, los musulmanes en general creen que el deseo femenino es tan grande comparado con el equivalente masculino que la mujer es vista como cazadora y el hombre como su víctima pasiva. Si bien los creyentes sienten poca incomodidad ante los actos sexuales en sí mismos, se obsesionan con los peligros planteados por las mujeres. Tan fuertes piensan que son sus necesidades, que ellas acaban representando las fuerzas de la sinrazón y el desorden. Los deseos desenfrenados y la atracción irresistible de una mujer le dan un poder sobre los hombres que incluso rivaliza con el de Dios. Ella debe ser contenida, porque sus actitudes desenfrenadas de sexualidad suponen un peligro directo para el orden social. (Simbólico de esto es el término árabe fitna que significa tanto desorden civil como mujer hermosa).
 
La estructura social musulmana entera puede entenderse como la contención de la sexualidad femenina. Es prioritario separar los sexos y reducir el contacto entre ellos. Esto explica costumbres tales como cubrir las caras de las mujeres y separar los habitáculos donde las mujeres residen, o el harén. Muchas otras instituciones sirven para reducir el poder femenino sobre los hombres, tales como su necesidad del permiso de un varón para viajar, trabajar, casarse, o separarse. Es revelador que una boda tradicional musulmana tuviera lugar entre dos hombres –el contrayente y el guardián de la esposa.
 
Incluso las parejas casadas no deben compenetrarse demasiado; para asegurarse de que un hombre no se vea demasiado consumido por la pasión por su esposa como para descuidar sus deberes para con Dios, la vida familiar musulmana restringe el contacto entre los esposos dividiendo sus intereses y deberes, desequilibrando su relación de poder (ella es su criada más que su compañera), y fomentando la relación madre-hijo sobre la conexión marital.
 
En conjunto, los musulmanes vivieron hasta tiempos premodernos estos ideales Islámicos para las relaciones hombre-mujer. Pero la ansiedad porque la mujer rompiera sus restricciones persistió y trajo la perdición a la comunidad.
 
Esas ansiedades se multiplicaron en los últimos siglos conforme la influencia occidental se extendió por todo el mundo musulmán, porque la costumbre occidental choca casi siempre con la islámica. Los dos están divididos por la mejora de poder y libertad que las mujeres han ganado a través de la igualdad legal, la monogamia, el amor romántico, la sexualidad abierta, y una miríada de otras costumbres. En consecuencia, cada civilización mira a la otra profundamente recelosa, por no decir como bárbara.
 
Para muchos musulmanes, Occidente no sólo plantea una amenaza exterior como el invasor infiel; también erosiona los mecanismos tradicionales para hacer frente a la amenaza interna, la mujer. Esto conduce al temor extendido de adoptar los usos occidentales y a una preferencia en su lugar por apegarse a costumbres más antiguas. Las diferencias en la sexualidad, en otras palabras, contribuyen a una repugnancia musulmana en conjunto hacia la aceptación de la modernidad. El miedo a los usos eróticos occidentales termina reprimiendo a los pueblos musulmanes en los escenarios políticos, económicos, y culturales. Las aprensiones sexuales constituyen una razón clave del trauma del Islam en la era moderna.
 
Y esto explica la extrema sensibilidad hacia temas tan variados como muchachas usando pañuelos en las aulas francesas, las matanzas "de honor" en Jordania, las mujeres conductoras en Arabia Saudí, y esas fotografías de la prisión de Abu Ghraib de Irak.
 

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