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Daniel Pipes

Lo bueno de la ineptitud de Obama

La ineptitud de Obama tiene la capacidad de poder convertir a socios reacios y ensimismados en participantes más serios y maduros.

La ineptitud de Obama tiene la capacidad de poder convertir a socios reacios y ensimismados en participantes más serios y maduros.

El hecho de que el Gobierno socialista francés de François Hollande acabe de bloquear un mal acuerdo con Teherán, con lo que se ha convertido en el héroe de las negociaciones de Ginebra, en cierto sentido es una sorpresa. Pero también es una consecuencia lógica de la pasividad de la Administración Obama.

La política exterior norteamericana se encuentra en una caída libre sin precedentes, con una Casa Blanca irresponsable y distraída, que apenas presta atención al mundo exterior y que, cuando lo hace, actúa de forma inconsistente, débil y fantasiosa. Si uno tuviera que definir algo tan grandilocuente como una Doctrina Obama, ésta sería: "Desprecia a tus amigos, mima a tus oponentes, devalúa los intereses norteamericanos, busca el consenso y actúa de forma impredecible".

Al igual que otros muchos críticos, lamento este estado de cosas. Pero la actuación francesa demuestra que tiene un lado positivo.

Desde la Segunda Guerra Mundial hasta que Obama entró en escena, el Gobierno estadounidense había establecido el patrón de tomar la iniciativa en los asuntos internacionales y después ser criticado por ello. Tres ejemplos: en Vietnam los estadounidenses vieron la necesidad de convencer a su aliado sudvienamita de que resistiera a Vietnam del Norte y al Vietcong; durante buena parte de la Guerra Fría, presionaron a los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que resistieran a la presión soviética; en los años 90, instaron a los Estados de Oriente Medio a que contuvieran y castigaran a Sadam Husein.

En cada uno de dichos casos, los norteamericanos se lanzaron a actuar por su cuenta, y después rogaron a sus aliados que colaboraran contra un enemigo común; un patrón de conducta completamente ilógico. Los cercanos y débiles vietnamitas, europeos y árabes deberían haber temido a Hanoi, a Moscú y a Bagdad, respectivamente, más que a los distantes y poderosos estadounidenses. Los locales deberían haber suplicado a los yanquis que los protegieran. ¿Por qué, reiteradamente, no fue así?

Porque el Gobierno estadounidense, convencido de su mayor altura de miras y de su ética superior, repetía el mismo error: al considerar a los aliados como obstáculos, agentes lentos y confusos, no como socios con todas las de la ley, los hacía a un lado y asumía las principales responsabilidades. Con raras excepciones (Israel, y Francia en menor medida), el adulto norteamericano infantilizaba inconscientemente a sus aliados menores.

Esto tenía como consecuencia adversa que dichos aliados se daban cuenta de su propia irrelevancia. Al ver que sus actos no tenían apenas importancia, cedían a la inmadurez política. Al no ser responsables de su propio destino, se sentían con libertad para caer en el antiamericanismo, así como en otras conductas disfuncionales, como la corrupción en Vietnam, la pasividad en la OTAN y la codicia en Oriente Medio. Mogens Glistrup, un político danés, representó este problema al proponer en 1972 que los daneses se ahorraran impuestos y vidas humanas desmantelando sus Fuerzas Armadas y sustituyéndolas por un contestador automático en el Ministerio de Defensa que reprodujera un único mensaje en ruso: "¡Nos rendimos!".

El enfoque de Barack Obama aleja a Estados Unidos de su habitual papel de adulto y hace que se una a los niños. Al responder a las crisis considerándolas caso por caso y al dar prioridad a actuar en consenso con otros Gobiernos, prefiere "liderar desde atrás" y ser uno más del grupo, como si fuera el primer ministro de Bélgica y no el presidente de Estados Unidos.

Irónicamente, esta debilidad tiene el sano efecto de dar un buen bofetón a los aliados, de hacerles despertar y darse cuenta de que Washington los ha mimado durante demasiado tiempo. Aliados resentidos, como Canadá, Arabia Saudí o Japón, se están dando cuenta de que no pueden arremeter contra el Tío Sam en la confianza de que éste los salvará de sí mismos. Ahora ven que sus actos cuentan, lo que es una nueva experiencia muy aleccionadora. Por ejemplo, los dirigentes turcos están tratando de incitar a la Administración para que intervenga en la guerra civil siria.

Así, la ineptitud de Obama tiene la capacidad de poder convertir a socios reacios y ensimismados en participantes más serios y maduros. Al mismo tiempo, su incompetencia promete cambiar la reputación de Estados Unidos, de niñera autoritaria a estimado colega, y de paso disminuirá la ira contra los norteamericanos.

Naturalmente, una política exterior débil tiene el riesgo de que se produzca una catástrofe(como facilitar que los iraníes obtengan armas nucleares, o no impedir un acto de agresión chino que lleve a la guerra), así que este lado bueno no es más que eso, una pequeña recompensa a cambio de un nubarrón mucho mayor. No es algo que deba preferirse. Aun así, si se dieran dos condiciones –que no ocurra un desastre mientras Obama está al mando y que tenga un sucesor que reafirme la fuerza y la voluntad norteamericanas–, podría ser que, en el futuro, los estadounidenses y sus aliados consideraran esta época como algo necesario que dejó una herencia positiva.

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