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Daniel Rodríguez Herrera

Juana Rivas volvió con su hijo

Es de agradecer que ni el Tribunal Constitucional ni los jueces que hasta ahora han revisado el caso se hayan doblegado a la presión mediática

Es de agradecer que ni el Tribunal Constitucional ni los jueces que hasta ahora han revisado el caso se hayan doblegado a la presión mediática
EFE

Todas las cruzadas, justas o injustas, necesitan un caso del que hacer ejemplo; un trampolín desde el que impulsarse. Un Dreyfus, un Harvey Milk, una oreja de Jenkins. Ahora lo que se busca es dar una vuelta de tuerca más a la ley de violencia de género, que ha fracasado en su teórico objetivo de reducir las muertes de mujeres a manos de sus parejas, pero que ha tenido éxito en el único objetivo real que de verdad importa a las feministas de género: destruir la familia y hacerles la vida imposible a los hombres. Y por eso hablamos todos de Juana Rivas.

Un hombre condenado por maltrato debe perder sus derechos como padre. ¿Por qué? Por la seguridad de los menores. Si su padre ha pegado a su madre a saber lo que puede hacerles a ellos. Eso es lo que nos cuentan. Pero pregunten a cualquiera de los que se muestran tan convencidos de que Francesco no debe ver a sus hijos jamás. Pregunten si, de ser verdad que su condena por maltrato lo hace peligroso y justifica que la madre secuestre a los niños que tuvo con él, volver a convivir durante años con alguien que tan peligroso es para sus hijos no debería ser también motivo como para retirar a Juana la custodia.

Dirán entonces que las mujeres maltratadas tienen miedo y son inseguras y por eso vuelven con sus torturadores; a ellas no hay que juzgarlas sino ayudarlas. Pero estábamos hablando de los hijos. Si realmente su seguridad es lo primero, tanto como para dejarles sin padre porque tengamos el miedo o la sospecha de que puede llegar a hacerles algo, quien por los motivos que sea vuelve con ese peligroso maltratador está poniendo a sus hijos en riesgo y demostrando una irresponsabilidad que lo incapacita para hacerse cargo de ellos.

Da igual, no les va a convencer. Pondrán mil excusas. Razones que dejan claro que en realidad la seguridad de los niños les importa una mierda. No se creen que de verdad estén en riesgo, o si lo creen les da igual. Lo que importa es la madre. Lo que importa es que el padre sea castigado más allá de su condena de conformidad de hace ocho años. Lo que les importa es que los hijos sean castigados sin padre para sentirse satisfechos consigo mismos, mirar al espejo cada mañana y poder decirse pero qué buena persona que soy.

Es de agradecer que ni el Tribunal Constitucional ni los cuatro jueces que hasta ahora han revisado el caso y no han visto riesgo alguno para los niños se hayan doblegado a la presión mediática. Un hombre que ha pegado a su pareja puede ser peligroso para sus hijos, sí. Francesco asegura que acordó su condena por el artículo más leve que prevé la ley en caso de violencia de género porque tenía miedo de que si luchaba dejaría de ver a su hijo para siempre. A poco que se conozca el percal de esos juzgados de excepción que se han creado en España para condenar hombres, no se puede negar que es verosímil.

Creíble, pero no sé si cierto. Tampoco quienes lo condenan y aplauden a Juana lo saben. Ni siquiera lo saben los jueces que han tratado el caso. Pero ellos, al menos, tienen datos e informes que nosotros desconocemos. La ley ya permite denegarle la custodia a un progenitor a quien los jueces consideran un peligro. Pero lo que se quiere ahora es quitarles ese poder de decisión, que no puedan examinar los casos uno por uno y decidan cuándo se justifica algo tan grave como quitarle los niños a un padre. Lo que quieren es condenar de antemano a los padres a perder a sus hijos y a los hijos a crecer sin padre. Pero son los buenos de esta historia, no lo olviden.

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