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Daniel Rodríguez Herrera

Las feministas también odian el amor

En un mundo menos imbécil no sería necesario refutar esta sarta de insensateces, pero así estamos.

En su interminable cruzada contra toda aquello que da sabor y alegría a la vida, ahora las feministas han decidido que hay que acabar con el amor romántico. Con la excusa de San Valentín, la directora socialista del Instituto de la Mujer valenciano, demostrando que en estupideces progres Podemos tiene aún mucho que aprender de la vieja política, publicó un tuit en el criticaba ese "bendito amor romántico bajo el que se camuflan el machismo y la violencia de género" y en el que concluía que había que denunciarlo y no celebrarlo.

El razonamiento, por llamarlo de algún modo, en el que se basa este cargo público que vive de los impuestos que a los trabajadores honrados tanto nos cuesta ganar sería que el romanticismo es un sustento de la violencia de género y que hay que "transformar el fondo". No fue la única. El Instituto de la Mujer andaluz montó una campaña en las redes sociales para "hacer llegar a la juventud el peligro de caer en la falsa idea del amor romántico".

En un mundo menos imbécil no sería necesario refutar esta sarta de insensateces, porque nadie habría tenido el cuajo de decirlas fuera de una tertulia de amiguetes, y puede que ni aun ahí. Sí, claro que los maltratadores se aprovechan del amor de sus víctimas. Del mismo modo que lo hacen casi todos y todas, por emplear el lenguaje políticamente correcto, en un momento u otro de sus relaciones de pareja... Pero también el amor romántico, como sucede con otros tipos de amor, sustenta algunos de los mayores actos de generosidad del ser humano. Es una de las pocas cosas que merecen la pena en esta vida y que le dan sentido. Acusar al amor de sustentar la violencia de género es como culpar al corazón de que existan infartos. Es una afirmación del género... idiota.

Este ataque al amor romántico parte de una base ideológica que viene de Estados Unidos, como la mayor parte de las ideas con las que mercadean estos sempiternos antiyanquis. La idea consiste en que vivimos en un sistema heteropatriarcal, que es una palabra muy larga y de apariencia académica, de esas que se suelen emplear para esconder argumentos tan tontos que sólo un intelectual podría creérselos. Este sistema impone unos cánones de relación que consistirían en convencer a las mujeres de que sólo pueden ser felices encontrando a su media naranja y sometiéndose sumisamente a ella, una imposición cultural que se transmite a través de libros y películas y de la que habría que escapar para tener relaciones realmente libres. En último término, la única forma de hacerlo sería prescindiendo por completo del hombre eligiendo la homosexualidad, como asegura, copiando a profesoras lesbianas estadounidenses, la diputada Beatriz Gimeno.

Como tantas otras ideas de la extrema izquierda, el truco consiste en calificar como imposición las relaciones libremente elegidas, y de libertad a sus propias imposiciones totalitarias. Las mujeres, y los hombres, ya pueden decidir libremente adoptar los tipos de relación que gustan al feminismo y a la extrema izquierda, pero como en general no lo hacen, la única explicación posible dentro de sus mentes estrechadas por la ideología es que existe una fuerza externa que les compele a elegir mal. Y la única forma de derrotar a esa fuerza pasa por imponer el tipo de relación que a ellos les gusta, y que sería la única libre.

Esa fuerza externa es el heteropatriarcado, que naturalmente es un concepto imposible de falsar y por lo tanto anticientífico. Que exista un componente natural y biológico en el enamoramiento y que las comedias románticas tengan mucho de expresión cultural de ese fenómeno es algo impensable. Pues nada, a olvidarnos del amor. Limitémonos al sexo. Seguro que hay muchos más hombres que mujeres dispuestos a ese trato.

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