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Castro ha declarado públicamente los parabienes de Internet. No es de extrañar, ya que las guerrillas que él dirige a través del Foro Social Mundial, y que en España se dedican últimamente a apalear a cargos del PP, la utilizan para organizar sus excursioncitas revolucionarias. Ya se sabe que todo lo que ayude a quebrantar las bases de la convivencia en Occidente es bueno, pero que aquello que procure una crítica a su régimen es pésimo.

Por lo tanto, mientras lo alaba fuera para que sus fans admiren lo respetuoso que es con la libertad de expresión, dentro lo prohíbe. Y detiene a aquellos que publican en ese medio sus críticas al tirano. Por tanto, Saramago, que mejor que nadie conoce lo que piensa aquel al que adora, ha decidido que con las nuevas tecnologías "no sólo ha terminado un siglo, ha terminado una civilización".

No contento con semejante muestra de lucidez y penetración intelectual, asegura que en el correo electrónico no hay emoción porque, al fin y al cabo, en la comunicación directa está la presencia física del otro, en una carta puede "caer una lágrima". No puede emocionar un disco de Albinioni, ni un correo electrónico de la persona amada, sólo un hecho físico palpable y tocable. No sé por qué es escritor, entonces; según su tesis, ningún ejemplar de un libro suyo emocionará jamás a nadie a no ser que él haya llorado previamente sobre sus páginas.

Claro que, viniendo de un hombre que asegura que sólo en la miseria y la tiranía de Cuba es donde " hay una posibilidad de que el ser humano sea verdaderamente humano", posiblemente la red no haya recibido jamás mejor halago. Ni siquiera la existencia de la prohibición castrista.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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