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Dario Migliucci

Sangre en la arena política italiana

Nos encontramos en una situación incandescente que la salvaje agresión contra Berlusconi puede contribuir a empeorar. Tras el atentado, el choque entre los partidos se ha hecho todavía más duro.

La brutal agresión de la que ha sido víctima Silvio Berlusconi –alcanzado en la cara por un objeto que le ha arrojado encima un desequilibrado– representa un durísimo golpe para Italia, una nación que desgraciadamente demasiado a menudo en los últimos tiempos acapara la atención por sucesos negativos. Efectivamente, las imágenes del Cavaliere con el rostro manchado de sangre –dos dientes rotos, la nariz fracturada y varias otras lesiones en la cara– han dado la vuelta al mundo, lo que ciertamente no habrá contribuido a mejorar el prestigio internacional del país.

Según parece, el asaltante –Massimo Tartaglia, 42 años– ha realizado esta descabezada hazaña por su cuenta, sin cómplices ni inductores. Además, el hombre desde hace varios años se encuentra bajo seguimiento psiquiático por unos serios trastornos mentales.

Sin embargo, los políticos italianos no tienen ninguna intención de archivar este asunto como un simple caso de violencia ocasionada por un loco solitario. Según los movimientos políticos del BelPaese –tanto los de derechas como los de izquierdas– este gesto es consecuencia del extremismo que desde hace años caracteriza a una parte consistente de la política italiana.

Por supuesto, eso no significa que –frente al bárbaro acto de violencia– los partidos italianos hayan logrado alcanzar la unidad, más bien todo lo contrario. En efecto, Italia está hoy más dividida que nunca. Los miembros de la derecha acusan a los de la izquierda de haber llevado a cabo una campaña de odio en contra del Gobierno que finalmente ha desembocado en la agresión del primer ministro; entretanto, sus opositores afirman que la responsabilidad de la tensión que se respira en Italia se debe precisamente a las provocaciones de Berlusconi y de sus aliados.

Lo cierto es que no queda claro que este gesto hunda sus raíces en el espíritu de lucha perenne que caracteriza a la política italiana. Al fin y al cabo, también han ocurrido lamentables episodios en muchísimos otros países, incluso en aquellos que no incluyen en sus parlamentos a movimientos de extrema izquierda ni de extrema derecha ni tampoco a grupos secesionistas. En los últimos años, por ejemplo, se ha atentado contra la vida de George W. Bush y de Jacques Chirac, algunos políticos han sido agredidos, otros insultados e incluso en la moderadísima Suecia un psicópata acabó con la vida de la ministra Anna Lindh en 2003.

Sea como sea, los políticos italianos piensan de otra manera. Lo curioso es que –si bien por un lado exigen que se rebaje el tono de las polémicas– por el otro siguen alimentándolas, pues nadie parece tener la intención de poner fin a un enfrentamiento que efectivamente ha conseguido convertir Italia en una verdadera arena en la que todo está permitido. Nadie se libra de insultos y amenazas, ni siquiera la Presidencia de la República y la Corte Constitucional. En los últimos meses, además, una infinita serie de escándalos ha monopolizado los medios de comunicación italianos. Berlusconi recientemente ha sido acusado por un ex mafioso de haber tenido relaciones con la Cosa Nostra, mientras que un hombre involucrado en el escándalo sexual que ha destruido la carrera del ex presidente de la Región de Lacio, Piero Marrazzo, ha sido hallado muerto en circunstancias misteriosas.

En suma, una situación incandescente que la salvaje agresión contra Berlusconi puede contribuir a empeorar. Tras el atentado, el choque entre los partidos se ha hecho todavía más duro. "Quien siembra vientos recoge tempestades", ha comentado el partido del ex juez anticorrupción Antonio Di Pietro, una frase que –acusan algunos miembros del centroderecha– se podría interpretar como que, al fin y al cabo, Berlusconi ha recibido su merecido. Mientras tanto, en internet ya han aparecido los primeros "admiradores" de Tartaglia, así como amenazas de muerte contra Di Pietro, lo que ha llevado a algunos ministros a proponer la censura de algunas páginas web.

Quizás el futuro nos depare algunas (peligrosas) medidas en contra de la violenta en la web y posiblemente una reforma del servicio de seguridad encargado de la protección de los representantes de las instituciones. Sin embargo, quien espere una política italiana más civil, se llevará una decepción. Los políticos italianos llevan la disputa en su ADN. Lo único seguro es que los recientes llamamientos a la calma y a la moderación del presidente de la República, Giorgio Napolitano, están destinados a caer pronto en el olvido.

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