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David Jiménez Torres

De Barcelona a Pekín (pasando por Centelles)

¿Paralelismo con el caso del archivo Centelles? No, claro que no. Para empezar, porque las pretensiones de China, que perdió las estatuillas en un verdadero acto de saqueo (y no de venta), eran mucho más legítimas que las de la Generalitat.

Existe una nación que se siente oprimida por potencias extranjeras desde hace siglos. Una nación que en las últimas décadas ha emprendido un proceso de reafirmación de su dignidad y grandeza. Una nación cuyos dirigentes azuzan el nacionalismo y el victimismo como estrategia para eludir los verdaderos problemas de la gente (la corrupción, la falta de conexión con sus ciudadanos...) y perpetuarse en el poder. Una nación con una burguesía extremadamente rica que ayuda y apoya a los gobernantes gracias a una extensa red de favores mutuos. Una nación que, como parte de este proceso de reafirmación, se ha interesado enormemente por recuperar y mantener sus tesoros artísticos e históricos. Una nación que ha dirigido ese esfuerzo según criterios políticos y no estéticos, y que ha preferido la retención y recuperación de objetos de las épocas que más le conviene reivindicar. Una nación que presiona a otras naciones para limitar la salida y circulación de sus tesoros nacionales. Una nación que se ha beneficiado enormemente del libre mercado y del comercio con esas potencias extranjeras de las que tanto abomina, pero que restringe el libre mercado cuando le conviene.

Esta nación es China. Desde la liberalización económica iniciada por Deng Xiaoping a finales de los años 70, que permitió la compra y posesión de objetos artísticos pre-comunistas, y sobre todo en esta última década, el Gobierno chino ha fomentado agresivamente la recuperación y retención de su patrimonio artístico y cultural. Como informa The Economist, le han importado especialmente objetos originarios de las dinastías Ming y Quianlong, o sea, todo lo que pueda conectar a la China moderna con su más glorioso pasado imperial. Pretende así reivindicar aquella condición que al PCC(h) más le interesa: la de potencia pasada y presente que puede imponer sus propias reglas de juego. Lo ha hecho de varias maneras: oficialmente, como cuando presionó a la adminstración Bush hasta conseguir que prohibiera la importación a Estados Unidos de una gran variedad de antigüedades chinas. O como cuando redujo el plazo legal de reexportación de tesoros artísticos comprados por sus ciudadanos, de dos años a seis meses. Pero el proceso también se ha producido de forma más indirecta, a través de la nueva clase de multimillonarios chinos (esos que le deben al partido tanto como él a ellos), y que obtienen en subasta pública tesoros y antiguallas que luego, en muchos casos, presentan al Gobierno como regalos.

En febrero de este mismo año, por ejemplo, el Gobierno chino intentó bloquear la venta en subasta pública (a través de Christie’s, la misma casa que ofreció 850.000 euros a los hijos de Centelles) de dos estatuillas de bronce en París. Las estatuillas eran de origen chino, databan de finales del siglo XVII y habían sido robadas en 1860 por tropas francesas e inglesas durante el saqueo (o también: expolio) del palacio imperial de Pekín tras las Guerras del Opio. Tras varios siglos pasando por las manos de coleccionistas europeos, habían ido a parar a la colección privada de Yves Saint Laurent y su compañero, Pierre Bergé. Si bien las estatuas eran obra de un jesuita veneciano que vivía en la capital imperial (¿cómo se dice "charnego" en chino?), China las reclamaba como parte de su patrimonio cultural (léase imperial) y por tanto no podían ser vendidas al mejor postor. Un juez francés estableció rápidamente que las estatuas habían sido obtenidas de manera completamente legal y que tanto quien las vendía como quienquiera que las acabase comprando lo hacía con la legitimidad que daban todas las leyes de propiedad privada francesas y europeas.

¿Paralelismo con el caso del archivo Centelles? No, claro que no. Para empezar, porque las pretensiones de China, que siempre ha sido nación y Estado, y que perdió las estatuillas en un verdadero acto de saqueo (y no de venta), eran mucho más legítimas que las de la Generalitat. Para continuar, porque el Gobierno chino intentó recurrir la venta antes de que se produjera, y no después. Y ya de paso, porque el esfuerzo de los burgueses chinos por devolver o retener tesoros culturales de su país se ha realizado en millones; no en editoriales.

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