La espectacular recuperación de la economía norteamericana ha provocado una orgía compradora en Wall Street y sorpresa entre los comentaristas europeos, convencidos de que ningún país sale solo de una recesión mundial, ni lo conseguirá tan fácilmente ahora Estados Unidos, por muy superpotencia que sea.
Lo más probable es que todos tengan un poco de razón: por una parte, a finales de la era de bonanza general, una legión de financieros y economistas anunciaba un inmediato “parón de reajuste” de las finanzas del mundo industrial. En especial, la fiebre tecnológica que había aquejado a las bolsas necesitaba un retorno a la realidad si no se quería ir de cabeza a un “crack” financiero. El propio Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, lo había advertido al hablar de la “exhuberancia irracional”.
Por otra parte, este repunte de la economía norteamericana no es un estallido de vitalidad de todos los sectores, sino más bien el resultado de unas acciones concretas de gran envergadura... pero singulares y fuera del contexto económico general: los enormes gastos públicos, principalmente militares, a raíz de los atentados del 11 de septiembre, así como la guerra contra el terrorismo internacional.
Además, algunos sectores básicos —como la industria del automóvil— han incitado de forma casi irresistible el consumo, que en enero aumentó un 4% anualizado. Se tiene la impresión de que la gente volvía a comprar a rienda suelta, pero en realidad eran ventas casi a precio de coste para vaciar almacenes y llenar tesorerías.
Esto explica que Alan Greenspan ni se ponga las medallas de un presunto ciclo expansivo, ni insista en abaratar más aún el dinero para provocar ese ciclo: sabedor como nadie de que es imposible predecir el futuro inmediato de la economía, sigue dando sus mensajes de oráculo a cuantos acuden a su templo para intentar descifrar el futuro.
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