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Diana Molineaux

Gerhard Schroeder a Canosa

El presidente Bush ayudó a Gerhard Schroeder a ganar las elecciones alemanas, pero la Casa Blanca no trata de ocultar que ha sido muy a pesar del presidente norteamericano, y el reelegido canciller alemán tendrá que encontrar su Canosa para hacerse perdonar.

Aquí, en Estados Unidos, no ha parado de comentarse que Schroeder recuperaba más popularidad cuanto más se oponía a las propuestas de Bush para invadir el Irak, algo que aquí comprendían como un argumento electoral, pero que la Casa Blanca no encajaba en momentos en que pide una fidelidad numantina a sus aliados.

El vaso lo colmó el comentario de la ministra alemana acerca de los métodos hitlerianos de Bush, aunque la metedura de pata habría quedado en eso sin el telón de fondo de Schroeder, quien encontró en la desafortunada comparación de Herta Däubler-Gmelin un pretexto excelente para librarse de una ministra de la que quería deshacerse desde hace tiempo.

Es obvio que Berlín y Washington que se necesitan mutuamente, pero Bush muestra su enfado, y en lugar de telefonear personalmente a Schroeder, la Casa Blanca fue mucho más entusiasta al felicitar a los verdes, que son, a fin de cuentas, los verdaderos ganadores de estas elecciones, aunque sean el partido minoritario en esta coalición.

Schroeder busca reconciliarse con ofertas como la de hacerse cargo de las fuerzas de seguridad en el Afganistán, un problema pendiente y grave para el Pentágono que, por una parte, teme que el orden público escape a todos los controles y, por la otra, no quiere involucrar todavía más a sus soldados en ese país.

De momento, a Bush no le aplaca ni esta oferta ni la carta de Schroeder lamentando los comentarios de la ministra, recibida aquí más bien como una justificación que como un mea culpa. Tampoco está claro si la comparación del sucesor, Stiegler, que lo ve como al emperador Augusto, puede molestar en vez de calmar, al presidente de un país acusado de imperialista por sus enemigos.

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