Aunque Saddam Hussein tiene todo Bagdad en obras para construir búnkers, casamatas, baterías antiaéreas y redes alternativas de servicios con que defenderse de un ataque norteamericano, aquí en Washington hay más indicaciones de que tal ataque, de realizarse, habría de esperar por lo menos a enero del próximo año. Según fuentes del Pentágono, Saddam no espera a prepararse, sino que actúa como si la acción haya de ser inminente, porque ya ha situado en torno a la capital tres divisiones de su tropa de elite –la Guardia Nacional–, además de concentrar un importante contingente de grupos paramilitares fuertemente armados. Pero son también fuentes del Pentágono las que indican que aún falta mucho, desde el despliegue de tropas y material bélico cerca de Irak, a la reorganización de fuerzas destacadas ahora en Afganistán y la garantía de bases próximas para operar de manera efectiva.
También, por mucho que algunos funcionarios digan que el país hará lo que le dicten sus intereses, falta la formación de alianzas internacionales, aunque este es un punto en que probablemente se trabajará intensamente en las Naciones Unidas, un foro al que la Unión Europea se ha dirigido para lavarse las manos y al que Washington seguramente apelará para obtener legitimidad en caso de un acción bélica. De momento, el posible ataque norteamericano contra Irak parece estar en fase de guerra psicológica, como indican personajes tan dispares como el expresidente Clinton, quien declaró que Washington obtiene muchísimo más de un Saddam Hussein amenazado que de un Irak invadido y el ex secretario de Estado Henry Kissinger quien dice que, por lo menos, ha de haber una amenaza de guerra.
También el jefe de la diplomacia norteamericana da señales de que falta tiempo, pues Colin Powell acaba de recomendar el regreso de los inspectores de armas de la ONU para saber realmente cuáles son los arsenales de Hussein. Aunque esa es una esperanza vana, porque Saddam cree que la situación le es favorable y apurará su jugada hasta el máximo.
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