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Diana Molineaux

Sol y molinos de viento

Para los políticos de California, los molinos de viento son como un gigante amigo que, junto con el calor de sol, la degradación biológica y el ahorro, resolverán sus problemas energéticos sin necesidad de echar a perder el paisaje con centrales eléctricas o molestar a algunos renos con la construcción de oleoductos. Guiado por los análisis de la mayoría de los editoriales y comentarios de la prensa norteamericana, no salen de su asombro ante la conducta del presidente Bush: en lugar de mostrarse humilde por el escaso margen de su victoria electoral, plegarse a los intereses demócratas y escuchar las amonestaciones izquierdosas, se mantiene firme en su programa electoral y sigue fiel a sus principios conservadores.

En el caso de California, la sorpresa va unida a la consternación porque la actitud de Bush les afecta particularmente: la solución a la crisis energética es totalmente distinta en los despachos demócratas a orillas del Pacífico, que en la Casa Blanca, regida por los dos expertos en petróleo que son el presidente Bush y el vicepresidente Cheney. Como los grandes empresarios con deudas, convencidos de que el estado siempre les salvará de la bancarrota para no enfrentarse a miles de parados, los demócratas californianos se indignan ante la indiferencia de Bush al riesgo de recesión por la escasez y elevado precio de la energía y exigen que el presidente imponga límites a los precios.

El gobernador Gray Davis advirtió que, si California sufre, arrastra al resto del país y EEUU puede perder un 0.5% de PNB y, para dar peso a su advertencia, invocó el testimonio de San Alan Greenspan, patrón de los gurus financieros. Es una actitud que a muchos norteamericanos les parece prepotente, porque en estados como Lousiana han satisfecho sus necesidades buscando petróleo y pagando para proteger el medio ambiente. Al no convencer a Bush, Davis ha reforzado su ataque con el apoyo de congresistas demócratas y comentaristas amigos y amenaza con llevar a los tribunales a la Comisión Federal Reguladora de Energía (FERC), por no cumplir con su mandato de mantener la energía a precios "justos y razonables".

Finalmente, Davis ha dado un plazo de 30 días para que la FERC se "avenga a razones", pero no ha tenido gesto conciliatorio alguno; ni apoya a Bush en su política energética ni reconoce que el presidente aboga por la conservación y desarrollo de nuevas fuentes de energía. En bloque con los demócratas, se opone a prospecciones en Alaska y otros lugares, aunque se tomen medidas eficaces de protección ambiental e insinúa que Bush prefiere a sus "amigos tejanos" del sector petrolero que a los molinos de viento. Tal vez Davis y sus amigos demócratas crean que Bush cederá ante el peso electoral de California, pero tal vez el presidente sea práctico y piense que California está perdida de todas formas para los republicanos. O quizá lea el análisis recién publicado por el instituto libertario Cato: los sondeos de opinión son inútiles pues ni escogen la muestra adecuada, ni recogen el momento apropiado, ni el público conoce los detalles de los problemas. Lo mejor que puede hacer un político, concluye, es ser fiel a su programa.

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