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EDITORIAL

Acebes y el esplendor de la verdad

En muchas ocasiones hemos puesto de manifiesto la catarsis que provoca enunciar la verdad en un ambiente dominado -o que pretende ser dominado- por la mentira. La larguísima comparecencia de Acebes ante la comisión de investigación del 11-M ha contribuido a poner de manifiesto el brillo que desprende la enunciación de la verdad y, al tiempo, el relieve de las contradicciones e incoherencias inherentes a la mentira.
 
Sin embargo, Acebes no se ha contentado en demostrar con brillantez la honestidad del proceder del anterior Ejecutivo y en desmontar las mentiras que en esos días de infamia se lanzaron contra el Ejecutivo del PP. El ex ministro ha querido también dejar patente la necesidad de proseguir en la investigación, visto que “no encajan muchas piezas” en lo que se ha venido descubriendo desde el 14M y que, pasadas las elecciones, los socialistas no tienen ningún interés en poner de relieve.
 
Para Acebes, como para, cada vez más, más españoles "no encaja que unos delincuentes comunes, en poco tiempo, se conviertan en terroristas sin conexión alguna con Al-Qaeda. No encaja que en esas condiciones sean capaces de diseñar y ejecutar el mayor atentado de la historia de Europa y que llevó a derribar un Gobierno". Es necesario también, continuó, saber "quién planificó la secuencia de las pistas, en especial el día y hora de la reivindicación del atentado en la tarde de la jornada de reflexión". Para Acebes, existen algunos elementos que no pueden atribuirse a la casualidad.
 
El llegar hasta el fondo de la verdad de la masacre del 11-M no sólo pasa por dejar en claro la honestidad del anterior Gobierno a la hora de facilitar las primeras informaciones. La infamia no se reduce a las mentiras de aquellos días lanzadas contra el Gobierno. Desde el momento en que se considera que es legitimo responsabilizar a la política de un Gobierno de los atentados que puedan cometer quienes rechazan esa política, ya se ha gestado la infamia. Y esta infamia se gestó mucho tiempo antes del 11-M, por mucho que, para ser efectiva, tuviera que explotar —en todos los sentidos— poco antes del 14-M.
 
Todos los medios de comunicación y todas las formaciones políticas que, durante los últimos meses anteriores al 11-M, introdujeron en la opinión pública la infame tesis de que al Gobierno del PP, por culpa de su política sobre Irak, se le podría imputar responsabilidad por un eventual atentado cometido por islamistas en nuestro país, han contribuido, tan involuntaria como determinantemente, a que el atentado del 11-M, desde el punto de vista político, haya sido un éxito para los terroristas. Y esa contribución de algunos al éxito político de los terroristas, no se disipará ante nosotros por el hecho de que luego se descubriese —o incluso se contribuya a descubrir— que fue ETA, y no ninguna organización terrorista islámica, la colaboradora o incluso diseñadora de la masacre.
 
La infamia no está en que resulte que los galgos se disfrazaron de podencos, sino que los podencos, asesinando a casi 200 personas, hayan podido lograr lo que también buscaban los galgos pero que jamás hubieran podido obtener cometiendo esa monumental masacre sin ese disfraz.
 
Otro tanto habría que decir de un hipotético conocimiento previo de la preparación de los atentados islamistas por parte de una mafia político-policial interesada en perjudicar electoralmente al PP. También hay indicios para ello y razones para exigir que se investigue todo hasta el final. De la conclusión de esa investigación no dependerá, sin embargo, la infamia de presentar ante la opinión pública la autoría de tal o cual organización terrorista elevada al rango de árbitro de la política del Gobierno del PP. Si hay delitos y delincuentes por descubrir, lo que ya conocemos es esta infamia sin la cual sus delitos no hubieran obtenido la utilidad esperada y sin la cual, esa masacre a lo mejor no se hubiera llegado a producir.

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