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EDITORIAL

Al-Qaeda no da por perdido Irak

Al menos 143 iraquíes han muerto y varios centenares han resultados heridos en los diez atentados atribuidos a Al-Qaeda registrados en las ciudades de Bagdad y Karbala. Toda estas acciones terroristas coordinadas con el objetivo de provocar el enfrentamiento entre las diferentes comunidades étnicas, se producen un día después de que fuera aprobado el borrador de la Ley fundamental por el Consejo de Gobierno iraquí que sienta las bases para la Constitución más cercana al respeto de las libertades individuales y a la democracia de todo el mundo árabe. Lamentablemente el Islam será una de las fuentes del derecho, pero no la única en un texto que garantiza las libertades de culto, expresión y prensa, y que establece un sistema judicial independiente y la igualdad de todos los ciudadanos con independencia de su sexo o etnia.
 
Evidentemente nadie inserta a un país islámico y sin cultura democrática como Irak en la civilización liberal por un mero acto de voluntarismo legislativo. A Occidente le costó siglos esa transición, y eso que, en parte, venía espoleada por una religión que, como el cristianismo, distinguía entre delito y pecado, que exigía la libertad de la acción humana para poderla enjuiciar moralmente y que sustentaba la fraternidad universal, no en la solidaridad tribal, sino en el respeto al individuo.
 
Sin embargo, reconociendo las enormes dificultades que supone implantar un injerto democratizador en un mundo que, como el musulmán, no lo es, el pesimismo, por muy justificado que esté, no debería adoptar una posición claudicante. Hay empresas que, simplemente, hay que llevar a cabo sin tener garantía alguna de lo exitoso que pueda resultar su desenlace. Porque más ilusorio que negar las dificultades de la intervención aliada en Irak –que, por supuesto, debe continuar hasta que ese injerto prenda- es creer que Occidente pueda vivir seguro parapetado y “sin salir a erradicar los monstruos que imperan fuera de nuestras fronteras”.
 
Aquel fue el consejo ilusorio de los padres fundadores de EE UU y el sustento del aislacionismo que había retomado alas en el partido republicano hasta que se las cortaron las de los aviones estrellados contra las torres gemelas. O vamos a por ellos o vienen a por nosotros. El deber de injerencia y la legítima defensa deben ser vistas en Occidente como las dos caras de una misma moneda.
 
Valga esta reflexión y contemplar la furia que ha desatado en Al-Qaeda el derrocamiento de su socio y aliado Sadam Hussein para reclamar una presencia militar aliada más intensa que respalde el injerto de un proceso que los terroristas quieren cercenar de raíz. Por ellos y por nosotros.

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