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EDITORIAL

Algo más que campeones

Ser joven y tener éxito no obliga a comportarse de manera caprichosa y pueril, como demuestra esta generación de veinteañeros reclutados por el seleccionador Pepu Hernández

La selección ganadora del Oro en el Mundobasket 2006 ha logrado algo más difícil que el éxito deportivo, y que no siempre le acompaña. La gloria de ser los mejores no necesita justificarse, por eso admira especialmente que esta generación lo haya conseguido a base de verdad y belleza, y no por la buena suerte, el designio de la estadística o por demérito de los adversarios –una campeona del mundo, Serbia, una olímpica, Argentina, y una de Europa, Grecia, quedaron en la cuneta de la carrera de España hacia el título mundial–. Pudiendo coronar la cima por medio del oficio o la especulación a la que tan acostumbrados nos tienen otros deportistas de élite, este deslumbrante y jovencísimo grupo ha elegido llegar a través de una excelencia honesta, dentro y fuera de la cancha.

Como toda prueba sobre los límites de la condición humana, el deporte puede ser un observatorio privilegiado de conductas, valores o mentalidades. Lo mejor, lo mediano o lo peor de cada individuo aflora en su afán de superación. Y lo que emerge del juego y las actitudes de estos campeones es una mezcla de camaradería, talento individual y sensatez, que hacen que sean singularmente ejemplares, no sólo para quienes, siendo más jóvenes que Gasol, Calderón, Rudy, Garbajosa, Rodríguez, Navarro y compañía, querrán emularles, sino para esas elites intelectuales y políticas que se asoman al deporte como diversión o como oportunidad de autopromoción.

Justo antes del comienzo de la fase final del campeonato del mundo, Pau Gasol expuso en una entrevista periodística algunas de sus ideas sobre el mundo en el que vive. Destacó de ellas la naturalidad con la que se siente español, en la calle y en la competición deportiva, así como su saludable incomprensión de la moda de las selecciones deportivas nacionalistas. Podría haber sido carne de cañón de la manipulación ideológica, como ocurre en otras disciplinas tan atiborradas de dinero como deficitarias de luces de la razón, en las que dirigentes deportivos y políticos convierten a jugadores y clubes en vallas publicitarias de la demagogia, el prejuicio y la mentira. Si por algo resalta la madurez con la que el referente de la selección supera lugares comunes en los que otros se dejan trabar, es precisamente porque su actitud no abunda y sí, en cambio, la empanada mental que lleva a no pocos ídolos deportivos a querer vivir como divos y que los demás los perciban como modelos revolucionarios.

Ser joven y tener éxito no obliga a comportarse de manera caprichosa y pueril, como demuestra esta generación de veinteañeros reclutados por el seleccionador Pepu Hernández. Han contagiado a todo el país de su diversión, una alegría de jugar sin corsés, y de estar juntos sin poses, que resulta cada vez más infrecuente en los grandes espectáculos deportivos. Cuando la pandemia nacionalista ha conseguido borrar casi todas las marcas de lo que nos une, un puñado de trotadores descarados, virtuosos y vitalistas nos ha recordado cómo nos divertíamos juntos. Por eso su éxito es algo más que un título mundial y encierra algo verdadero y conmovedor a la vez. Han rescatado para su país parte de la autoestima que otros han malogrado. Han hecho algo grande y muy serio sin dejar de reírse y pasárselo bien un solo segundo.

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