Una de las tácticas recurrentes con las que juega el dictador cubano es la de agitar el espantajo del enemigo exterior para ganar popularidad en la isla. Y lo peor es que le funciona. La mayoría de gobiernos occidentales terminan rindiéndose ante las campañas que, conforme pasan los años, se han demostrado de una eficacia a prueba de idiotas, de los idiotas que pueblan las cancillerías de medio mundo convencidos de la íntima bondad del tirano habanero.
La de los indultos ha sido la última crisis transformada en arma de propaganda por el gobierno cubano. Y todo por un soberano acto de gobierno de la República de Panamá. En noviembre de 2000 un grupo de opositores al régimen fue detenido en el país centroamericano bajo la acusación de planear el asesinato del déspota cubano. La justicia panameña, propia de un país libre, procesó a los sospechosos que fueron condenados a ocho años de prisión. El pasado día 25 la presidenta Moscoso emitió, a modo de despedida del cargo, su último decreto de indulto en el que, en una lista de 164 presos, figuraban los cuatro anticastristas condenados hace tres años.
Desde días antes de concederse el indulto los ambientes diplomáticos venían caldeándose sobremanera entre los dos países hispanoamericanos. El funesto Ministerio de Relaciones Exteriores cubano (MINREX), amenazó formalmente al gobierno panameño con romper relaciones inmediatamente si a la presidenta se le ocurría indultar a los anticastristas. Muy en la línea de Fidel Castro, el clásico ladrido que dictadura profiere cada vez que considera que sus intereses están en solfa. Por lo general funciona a las mil maravillas. Todavía está fresco el caso Elián, y a fanfarronadas de este estilo nos tiene tristemente acostumbrados el carcelero de Birán.
Sin embargo Moscoso, en un acto que la honra como presidenta de una nación democrática y como ser humano, no se arrugó y decretó al poco el indulto de los cuatro reclusos cubanos. En rigor, más que un indulto se trata de un certificado de supervivencia porque, con Torrijos como presidente, todo apuntaba a que el destino final de los cuatro desdichados iba a ser un billete de ida a La Habana, es decir, un pasaje directo al paredón en alguna de las centenares de cárceles con que el régimen comunista ha aderezado la geografía cubana.
Frente a las amenazas, firmeza, frente al chuleo de una cuadrilla de mangantes, decisión. Una democracia no puede plegarse a los deseos de un autócrata sin escrúpulos. Los tentáculos de Castro han conseguido sin embargo montar una mini campaña de agitación en Panamá. A lo largo del día de ayer un puñado de estudiantes de izquierdas cortaron la vía Transístmica, una importante arteria de tráfico en la capital. Poco antes, el gobernador de la provincia de Colón, Gaspar Salama, presentó la dimisión en protesta por el indulto. Casualmente Salama, próspero empresario, hace boyantes negocios con el régimen cubano.
Y es que, gracias a personajes como Gaspar Salama, las relaciones económicas entre Cuba y Panamá son relativamente fluidas. En 2003 Panamá exportó a Cuba bienes por valor de 684 mil dólares que Castro paga a trancas y barrancas. A día de hoy La Habana debe 200 millones de dólares a sus proveedores en Panamá, dinero que muchos de ellos pueden dar por volatilizado tras la concesión del indulto. Después de todo al tirano la jugada no le ha salido del todo mal. Hasta de sus intentos de asesinato saca jugo el dictador. Por un lado no se verá en la obligación de saldar la deuda, cosa que, por otro lado, nunca le ha quitado el sueño. Es habitual que desde La Habana se lancen consignas regularmente para incitar la morosidad de los países del Tercer Mundo. Y por otro tiene un nuevo leit motiv propagandístico de consumo interno.