El alto el fuego que entró en vigor anoche en Siria es el primer atisbo de éxito diplomático en una Guerra Civil que dura ya más de cinco años y ha provocado la muerte de 250.000 personas y el éxodo de varios millones más, principalmente hacia Europa. La población siria, asediada en los principales núcleos urbanos por las distintas fuerzas que combaten sobre el terreno, podrán acceder durante esta tregua a las primeras entregas de ayuda humanitaria, sin la cual decenas de miles de personas, sobre todo niños, se enfrentan a un serio riesgo de muerte por inanición y falta de cuidados médicos.
El establecimiento de este cese de hostilidades hay que atribuírselo al enviado de la ONU, Staffan de Mistura, que tras un año y medio de intenso trabajo con el régimen sirio y las principales fuerzas de la oposición ha logrado este acuerdo. Se trata de una frágil tregua que, probablemente, no tenga efectos políticos de cara a un eventual proceso de paz. Sin embargo, el mero hecho de que los principales actores hayan aceptado este cese temporal de las hostilidades es un primer paso que, al menos, aliviará la agónica situación de centenares de miles de civiles en las principales áreas del conflicto.
La labor diplomática realizada por de Mistura, culminada con un acuerdo entre EEUU y Rusia, se enfrenta sin embargo a numerosos escollos que harán muy difícil la sustitución del campo de batalla por la mesa de reuniones. El primero de ellos es la extraordinaria fragmentación de la oposición al dictador Bashar al Asad. Más de cien grupos rebeldes han hecho pública su aceptación de la tregua, lo que da una idea de las dificultades para encontrar un único interlocutor. A esta dispersión de intereses hay que añadir la presencia de grupos terroristas, cuyas acciones indiscriminadas pueden acabar frustrando este alto el fuego, además de proporcionar motivos a Asad y Rusia para seguir castigando militarmente a los opositores pretextando la presencia de elementos terroristas entre sus filas.
Por otra parte, Siria es en estos momentos el tablero de ajedrez en el que se disputa una intensa batalla por el liderazgo político, económico y religioso en la región, donde la larga mano de Teherán y los temores de las monarquías del Golfo Pérsico a perder su hegemonía, tras el abandono del que aseguran haber sido objeto por la Administración Obama, son elementos estratégicos de la mayor importancia.
Toda esta serie de factores hace que la situación en Siria siga siendo potencialmente explosiva a pesar de esta tregua humanitaria. Los servicios de Inteligencia occidentales y numerosos expertos advierten, de hecho, sobre la posibilidad de que el conflicto sirio se extienda a la región, con las consecuencias que ello tendría para la estabilidad de Oriente Medio y la paz mundial.
Y mientras el mundo mira con atención los acontecimientos en Siria, los partidos políticos españoles siguen encelados en sus querellas particulares para llegar al Gobierno. El último documento político producido en España, el acuerdo de investidura de PSOE y C’s, dedica tan solo dos líneas y media de texto, en 67 páginas, a uno de los asuntos más graves que se está dirimiendo en estos momentos en la escena internacional. Por su parte nuestro canciller, el inefable García Margallo, dedica también el grueso de su actividad diaria a defender la opción del líder de su partido para mantenerse en La Moncloa, en lugar ejercer el protagonismo que nos corresponde en materia de tanta envergadura.
La tregua de Siria es, en estos momentos, objeto de la mayor atención por parte del Consejo de Seguridad de la ONU y las principales cancillerías e instituciones internacionales. Se trata de un asunto con implicaciones geoestratégicas de la mayor importancia en el que España, a causa de la mediocridad y cortedad de miras de su clase política, está condenada a seguir desempeñando un papel puramente marginal.