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EDITORIAL

Aznar: un discurso nacional

Aznar ha tenido el coraje de decir en la escena pública lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles respecto al disparate autonómico.

La intervención de José María Aznar en el acto de entrega IV Premio FAES de la Libertad a Mario Vargas Llosa ha sido la más enjundiosa del expresidente en los últimos tiempos, como atestiguan las reacciones extemporáneas y los silencios todavía más elocuentes que su discurso ha provocado.

Aznar ha tenido el coraje de decir en la escena pública lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles respecto al disparate autonómico y el proceso disgregador planteado por los nacionalismos periféricos. Porque nadie puede obviar que es la debilidad de un Estado nacional fragmentado artificialmente, como lo es hoy España, la causa de que dos regiones, por cierto claramente privilegiadas a costa del resto de las demás, estén planteando abiertamente un chantaje político bajo la amenaza de una secesión que carece de encaje en cualquier orden jurídico nacional o internacional.

Tal y como afirmó Aznar, es urgente "abordar una reforma que nos permita tener un Estado más ordenado, más eficiente y más justo", porque en estos momentos parece "ya bastante claro que el coste en términos de bienestar y de racionalidad jurídica y económica del deslizamiento de nuestro modelo territorial, es, sencillamente, insostenible". Pero no se trata solamente de una cuestión de mera eficiencia presupuestaria, sino de que después de treinta y cinco años de autonomías para contentar a los nacionalismos, es evidente que estamos ante un sistema fallido con gravísimas consecuencias políticas que, de no atajarse con urgencia, pueden llevarse por delante a la nación en su conjunto.

La responsabilidad de los dos grandes partidos nacionales en esta deriva alocada hacia el abismo es pavorosa, pero no parece que sus dirigentes se den por aludidos, y menos estando a un mes de una cita tan importante como las inminentes elecciones catalanas. En el PSOE, vendido al secesionismo en todas sus vertientes y latitudes, tan sólo José Bono ha tenido la valentía de mostrar su acuerdo con las cuestiones elementales que Aznar desgranó en su discurso. Es cierto que el manchego es un político acostumbrado a jugar siempre con varias barajas –todas marcadas–, pero es necesario reconocer que en la defensa de las grandes cuestiones nacionales ha dado a conocer públicamente su punto de vista y siempre en la buena dirección.

En el Partido Popular, salvo los presidentes de Madrid y Galicia que no han dudado en mostrar su acuerdo, las reacciones a este importante alegato del presidente de honor del partido han oscilado entre el rechazo de la secretaria general del PP en Cataluña, presa de la peculiar esquizofrenia política que tan magros resultados le viene reportando elección tras elección, y el silencio incómodo del presidente del Gobierno, cuya respuesta a la mayor crisis institucional de España en su historia democrática viene siendo la invocación al diálogo y el consenso con los que se atreven a chantajearle en nombre de todos los españoles, según él mismo refirió no hace mucho.

La crisis económica, a pesar de su gravedad incuestionable, no es el problema más acuciante al que se enfrenta nuestro país en la actualidad. La gran cuestión candente, como advirtió ayer Aznar, es la necesidad de vertebración de un auténtico estado nacional, sin fisuras ni chantajes, que sirva para preservar la igualdad y la libertad de todos los españoles y no suponga una losa insostenible en términos financieros como lo es nuestro disparatado sistema autonómico, que los dos grandes partidos nacionales, para nuestra desgracia, parecen empeñados en preservar caiga quien caiga.

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