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EDITORIAL

Benedicto XVI y la Yihad

muchos de los más destacados representantes del Islam Entienden la expresión de un juicio como un ataque, y también, confundiendo la cultura occidental con la suya propia, como una incitación al terrorismo.

Benedicto XVI es estos días objeto de la mirada de todo el mundo, a causa de unas palabras pronunciadas por él desde la universidad de Ratisbona, en la que el Santo Padre fue profesor cuando se le conocía como Joseph Ratzinger. Este hecho, así expuesto, parece una buena noticia. La opinión pública está alimentada a diario con mensajes paupérrimos, cuando no por las necedades de los intelectuales sin lecturas o los cruces de acusaciones entre políticos, con los medios de comunicación de correveidiles. Que el mundo se detenga a escuchar a uno de los intelectuales más relevantes desde la segunda mitad del pasado siglo, debería ser motivo de celebración.
 
El problema está en que, de hecho, no es así. El sucesor de Pedro hizo una profunda reflexión sobre el mensaje religioso que debería ser aplaudida por cualquier amante de la libertad. Partiendo de unas palabras tomadas de un emperador de Bizancio, Benedicto XVI ha expresado de un modo excelso una idea esencialmente liberal “acerca de las relaciones entre religión y violencia en general”. Y que es tan sencilla y verdadera como que la guerra santa, el uso de la violencia para obtener la fe de los no creyentes, va en contra de la razón y en contra de Dios. Estos juicios son parte de un nuevo esfuerzo intelectual y moral del Papa para dar un impulso al diálogo interreligioso, pues con ellas y otras que no han sido tenidas en cuenta, lanzaba un llamamiento a los sectores más moderados del Islam, para encontrar con ellos un frente común de la fe y la razón en contra de lo que considera males del secularismo. Su juicio en contra de la violencia no sólo no se dirigía contra el Islam sino que quería asentar con lo mejor de él unas bases sólidas, compatibles con las sociedades libres y abiertas, para el diálogo entre ambas religiones y para la cooperación a favor de lo que de común posean.
 
Pero muchos de los más destacados representantes del Islam, no sólo no han recogido la mano tendida de la cabeza de la Iglesia, no sólo no han continuado su discurso con nuevas piezas en la construcción del diálogo interreligioso, sino que han reaccionado lanzando a millones de personas en su contra. Entienden la expresión de un juicio como un ataque, y también, confundiendo la cultura occidental con la suya propia, como una incitación al terrorismo. Utilizan el mensaje de paz y convivencia de Benedicto XVI en un nuevo motivo para desatar los odios inextinguibles de sus fieles. No sólo no han tomado las palabras del Papa con honradez, sino que caen en la mentira histórica, como un destacado clérigo egipcio, que asegura que la Yihad ha sido siempre defensiva. Cualquier estudiante de historia de España, incluso de nuestro Bachillerato, sabrá hasta qué punto es ello falso.
 
No resulta difícil acordarse de las reacciones que suscitaron unas caricaturas de Mahoma en el mundo musulmán, cuya violencia se está comenzando a repetir. Muchos líderes islámicos quisieron entonces advertir a Europa de su poder, y esta es una nueva ocasión para recordárnoslo. La cruel enfermedad ha robado a Oriana Fallaci el espectáculo de la última reacción antiliberal y sectaria del islamismo contra la civilización occidental, quizá en el único gesto de misericordia que mostró con la escritora. 

Pues, a esta reacción hipócrita y violenta de gran parte del Islam, se suma la lipidia moral de gran parte de Europa, que no ha salido con orgullo a hacer suyas las palabras de Benedicto XVI. Y ha debido hacerlo, porque la idea de que la religión no se puede imponer con la fuerza es parte de nuestra cultura desde hace siglos, y porque sólo desde estos principios liberales básicos cabe una convivencia civilizada con los europeos de adopción de militancia islámica, que se cuentan ya por millones. Súmese a esa omisión la reacción de la izquierda más miserable en contra de Benedicto XVI por haber defendido la expansión de la Fe con el único arma de la palabra. Una idea que en ocasiones se oye defender en el espectro siniestro de la política, pero que como cualquier principio liberal detestan sincera y resueltamente.

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