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EDITORIAL

Cabalgando sobre el eslogan

Ese aire ZP, tan desenfadado en la forma como vacuo en el fondo, es en sí motivo de preocupación porque quizá, y sin saberlo, el presidente esté removiendo fuerzas que luego va a ser incapaz de controlar

Desde que el socialismo es socialismo y desde que el PSOE es PSOE –y ya va para 130 años- lo más que ha producido para la ciencia política es una bonita e interminable colección de eslóganes, de lemas pegadizos y fáciles de corear que han arrebatado a generaciones enteras. Cada nueva hornada de herederos de Pablo Iglesias perfecciona la técnica, refina los modos y amolda el mantra a la sensibilidad del momento. Zapatero, naturalmente, no es la excepción, sino la regla corregida, mejorada y aumentada.
 
Si el “No a la guerra”, el “Nunca mais”, el “Queremos saber” o el “pásalo” sirvieron de trampolín privilegiado para el ascenso al poder del Partido Socialista, una vez en él no quieren quedarse rezagados y se las ven negras para mantener tenso el nervio de su público más fiel, ahíto de sensaciones nuevas y de esa borrachera temporal que proporciona reducir la realidad a dos o tres palabras bien combinadas. La entrevista que hace dos noches realizaron a Zapatero en Televisión Española es una prueba inequívoca de ello. Cinco periodistas presuntamente prestigiosos y un presidente de Gobierno con el país al borde de la quiebra institucional debería haber dado más de sí, sin embargo, se quedó en una agradable charla y un piropeo complaciente salteado de bellas palabras y frases grandilocuentes.
 
“Hay que trabajar para la esperanza”, “el valor de la palabra y el diálogo es esencial”, “unidos en la diversidad”, “a más pluralidad, más libertad” o, la reina de la velada, un engendro cursi y rebuscado que se sacó de la manga para promover el voto afirmativo en el referéndum europeo: “los españoles cuando cojan su papeleta tendrán en la mano un arma de construcción masiva”. La verborrea, no obstante, sirvió para bien poco. De las principales incógnitas que venía a desvelar la entrevista-comparecencia del presidente no se despejó ni una. No sabemos aún que pretende hacer el Jefe del Ejecutivo si Ibarreche decide convocar un referéndum para aprobar su plan por las bravas. Como si fuese un niño pequeño Zapatero se limitó a decir que eso es imposible, que Ibarreche es un demócrata y que no puede imaginarse que alguien así pueda violar la Ley. Sordera voluntaria la del presidente porque Ibarreche no sólo ha presentado un proyecto de reforma estatuaria ilegal sino que ha dicho mil veces que está dispuesto a llegar hasta el final.
 
Desconocemos asimismo en qué punto se encuentran las relaciones con los Estados Unidos, eso sí, Zapatero repitió con tozudez que entendía a la perfección que Bush estuviese “contrariado”. Lo que se guardó es que las “contrariedades” del hombre más poderoso del mundo nos pueden salir muy caras. En lo relativo al terrorismo se mostró naif, casi infantil, en otra de las frases que jalonaron la noche: “el movimiento terrorista” de ETA “tiene que acabar alguna vez, no va a durar siempre”. Quizá el presidente no quiera enfrentar la realidad más inmediata porque le incomoda, pero la banda asesina lleva matando 35 años y esta misma semana trató de liquidar a un policía en Guecho. Y lo seguirá haciendo hasta que consiga sus objetivos o hasta que el Estado la desmantele completamente.
 
Otro de los puntos tratados durante la entrevista fue el relativo a la reforma de los Estatutos. El presidente tiene claro que el concurso del Partido Popular es aconsejable pero no imprescindible, es decir, que está dispuesto a embarcarse en la mayor operación política desde la Transición ignorando a un Partido que representa a casi el 40 por ciento del electorado. En Génova deberían tomar nota de esto último y actuar en consecuencia. Por lo que parece, para Zapatero, el PP no es más que un michelín, un lastre del pasado al que se recibe en audiencia pero no se le toma en cuenta. El “pacto” de la pasada semana en Moncloa es la cristalización práctica de esta doctrina recién traída al Gobierno. Sus consecuencias, sin embargo, pueden ser funestas para la Nación en su conjunto.
 
Por encima de las altisonancias verbales y del encadenado de eslóganes José Luis Rodríguez Zapatero sigue siendo –y lo será durante toda la legislatura- el presidente del Gobierno, por lo que ninguna de sus palabras han de tomarse a la ligera. Ese aire ZP, tan desenfadado en la forma como vacuo en el fondo, es en sí motivo de preocupación porque quizá, y sin saberlo, el presidente esté removiendo fuerzas que luego va a ser incapaz de controlar. Antecedentes en nuestra historia, por desgracia, tenemos de sobra. Para tiempos difíciles como los que se avecinan las naciones precisan de hombres serios, firmes en sus convicciones y poco dados a la carnavalada. Por lo que hemos visto en sus primeros nueve meses de Gobierno nada hace pensar que Zapatero se encuentre en esta categoría.

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