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EDITORIAL

Carmelo González como síntoma

El de Carmelo es un síntoma por partida doble. Un síntoma de que en Cataluña hay que hacer estas cosas para lograr que los niños estudien en su lengua madre, y un síntoma de que algo se está resquebrajando en la delicada epidermis del mátrix nacionalista

Pacíficamente, en silencio, llevando el compromiso a la plaza pública, un padre canario dio este fin de semana un paso arriesgado: plantarse en la Plaza de San Jaime durante 24 horas de huelga de hambre simbólica para que su hija pueda ser educada en castellano, es decir, en su lengua madre. Era el final de una larga e incomprendida batalla librada al margen de los partidos políticos y los medios de comunicación. Un combate desigual de un simple ciudadano contra el sistema educativo catalán para hacer valer sus derechos.

Ha tenido que aguantar insultos de los intolerantes de siempre y un intento de desalojo por parte de los mozos de escuadra, a pesar de que disponía de permiso para protestar en la céntrica plaza barcelonesa. 1.000 personas le han apoyado personalmente, muchas más han seguido su huelga de hambre con atención.

El de Carmelo es un síntoma por partida doble. Un síntoma de que en Cataluña hay que hacer estas cosas para lograr que los niños estudien en su lengua madre, y un síntoma de que algo se está resquebrajando en la delicada epidermis del mátrix nacionalista.

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