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EDITORIAL

Comienza la era Touriño

El primer obstáculo que tendrá que vadear el presidente será el de la reforma estatuaria. Habrá entonces de enfrentarse a un doloroso dilema; o respetar la Constitución o respetar a su aliado.

Ayer se celebró la investidura del cuarto presidente autonómico de la historia de Galicia. Emilio Pérez Touriño, un político que no ha sabido nunca ganar unas elecciones a la Xunta ha sabido, sin embargo, arreglar un buen pacto en la derrota y presentarse ante los gallegos como el gran vencedor que no es. Hace poco más de dos meses nos preguntábamos desde esta misma tribuna hasta dónde podía llegar el PSOE con tal de hacerse con la Comunidad gallega, cuánto estaba dispuesto a entregar con tal de aventar a Manuel Fraga del poder e inaugurar lo que, a juicio de los socialistas gallegos, será el “gobierno del cambio”. Hoy ya lo sabemos. El PSdG ha concedido a los nacionalistas de Quintana cuatro consejerías y una vicepresidencia reforzada para su líder. Un negocio político redondo para un partido en franca decadencia que había cosechado unos pésimos resultados en las urnas.
 
Dejando a un lado el cambalache de poder y el mercadeo de intereses que se ha movido durante el mes de julio entre socialistas y nacionalistas –pareja de hecho que, a este paso, tiene visos de adueñarse del país entero-, lo cierto es que el tiempo político que dio comienzo ayer en Galicia se promete movido e inestable. Las coaliciones entre el PSdG y el BNG, la misma que ayer presumía Pérez Touriño en Santiago de Compostela, han sido por lo general un desastre político y un dolor de cabeza para los ciudadanos que las han padecido. Los vaivenes en el ayuntamiento de Vigo quizá constituyan el ejemplo más gráfico pero no el único.
 
El PSOE en Galicia no es un partido tan fuerte como en otras partes de España, hasta hace bien poco tiempo, distintas facciones se enfrentaban a cara de perro en trifulcas que solían terminar con la mediación in extremis de Ferraz. Zapatero lo sabe bien porque hace unos años hubo de enviar a José Blanco a apaciguar los ánimos de sus barones en la región. El BNG, por su parte, es un partido muy radicalizado y escorado hacia posiciones nacionalistas de izquierda al estilo de la Esquerra catalana. A pesar de que Anxo Quintana ha tratado desde la jubilación de Beiras de imprimir cierta moderación al discurso, no existe un solo motivo que haga pensar que los del Bloque hayan suavizado un ápice unos planteamientos demasiado cercanos al soberanismo irredentista tan en boga en regiones como Cataluña o el País Vasco. El Partido Popular, por su parte, es la primera formación política de Galicia, la más votada y la que más afiliados tiene. Una vez haya resuelto la hasta ahora difícil sucesión de Fraga, el PP gallego puede convertirse, si exorciza los fantasmas internos, en una pesadilla parlamentaria diaria para el nuevo Gobierno.
 
Con estos mimbres tendrá que gobernar Pérez Touriño. Una coalición cogida por los pelos y atada en falso por cuatro consejerías y un poderoso partido enfrente que, al menos por ahora, parece tener las cosas claras. El primer obstáculo que tendrá que vadear el presidente será el de la reforma estatuaria. Habrá entonces de enfrentarse a un doloroso dilema; o respetar la Constitución o respetar a su aliado. Quintana ya ha puesto sobre la mesa que uno de sus puntos programáticos esenciales en el reconocimiento de Galicia como Nación. Como Nación sólo hay una que se llama España y Galicia forma parte de ella, Touriño habrá de ingeniárselas para convencer a su vicepresidente de lo obvio o verse abocado a una crisis en el gabinete que podría precipitar un seísmo político sin precedentes en los últimos 16 años.
 
Las buenas intenciones y la palabrería son buenas compañeras cuando se está en campaña electoral pero no cuando un dirigente ha de enfrentarse a la siempre difícil tarea de gobierno. Touriño ha elegido este camino porque lo único que le interesaba era desbancar a Fraga a cualquier precio. Satisfecha la factura que le presentó su necesario compañero de viaje, tendrá ahora que poner la mejor cara que pueda a las embestidas de una realidad que él y las ansias desmedidas de poder de su partido han creado.

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