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EDITORIAL

Contra el revanchismo guerracivilista de la izquierda

Podemos ha recogido el testigo de Zapatero, como corresponde a unos personajes que han hecho del odio al adversario su principal argumento político.

Este 18 de julio, la izquierda ha puesto en marcha una nueva campaña de propaganda en la más estricta observancia de la ley de la memoria histórica. Aprovechando el aniversario del inicio de la Guerra Civil, los pupilos podemitas de ZP han dedicado sus mayores esfuerzos a deslegitimar a los españoles juiciosos que, ochenta años después de la conflagaración, prefieren mantener cerradas unas heridas que ya restañaron con extraordinaria generosidad nuestros mayores (todos, de uno y otro bando) durante la Transición a la democracia.

Este guerracivilismo y este partir de nuevo España en dos mitades irreconciliables es algo inédito en cualquier país moderno, por más complejo que haya sido su devenir histórico. Uno de los pilares del pacto constitucional fue precisamente superar la dialéctica de las dos Españas y mirar hacia el futuro con optimismo. Ninguno de los inquilinos de La Moncloa había roto este consenso. En los años de la Transición, por responsabilidad y, más recientemente, porque las dos Españas que se desangraron mutuamente hace 80 años ya no existen. Somos, aunque a algunos les pese, una nación que ha aprendido del pasado, se ha reencontrado consigo misma y no está por la labor de mirar hacia atrás.

Fue la irresponsabilidad de Rodríguez Zapatero, azuzada por una izquierda radical que nunca enterró el hacha de guerra, la que reabrió intencionadamente estas heridas para expulsar de la vida pública a la media España que no comulga con sus ideas. Sin embargo no hay españoles buenos ni malos en función de sus ideas políticas, del mismo modo que no es de recibo identificar a los que les tocó combatir en el lado republicano con el bien más puro, y a los que lo hicieron en el nacional con el mal absoluto. Y en lo relativo a la encumbrada Segunda República, nunca está de más recordar que fue una frustrante experiencia histórica cuyo corolario es bien conocido por todos. Sólo hay que ver en qué desembocó experimento tan desdichado.

Podemos ha recogido con fruición el testigo de lo peor que nos dejó Zapatero, como no podía ser de otra forma tratándose de un movimiento totalitario de estirpe marxista, integrado por personajes que han hecho del odio al adversario su única razón política. Esta ley cainita es el origen de todos los atropellos intelectuales y éticos que se vienen produciendo por cuenta de una izquierda rencorosa, que trata de ensuciar nuestro pasado para disfrazar la absoluta esterilidad de su propio futuro.

Las elites intelectuales de la izquierda tienen una responsabilidad abrumadora en este atropello a la mitad de España que piensa distinto. Durante la Transición, los referentes intelectuales y políticos de la izquierda ejercieron un liderazgo moral para que toda la sociedad cerrara esa herida histórica. Para nuestra desgracia, en estos momentos esas mismas elites son precisamente los agentes catalizadores de un odio fraterno, que los españoles ya habíamos cambiado por el sincero deseo de vivir todos juntos, unidos y en paz.

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