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EDITORIAL

Cuando Jerusalén no es Niza

A Israel se le aplica un doble rasero moralmente infecto además de suicida, que corre en beneficio de los peores enemigos de un Occidente saturado de cobardes, lacayos y antisemitas.

El atentado islamista perpetrado este domingo en Jerusalén, en el que fueron asesinados cuatro soldados israelíes y resultaron heridas otras quince personas, en nada difiere de otros ataques terroristas registrados en suelo europeo en los últimos años. En todos los casos, los criminales se sirvieron de vehículos para arremeter contra gente inocente y sembrar el pánico.

Israel es el país que más ha sufrido esta clase de ataques, mucho más difíciles de prevenir que los que tienen por arma un explosivo, por ejemplo.

En Niza, Berlín y Jerusalén, los terroristas islamistas hicieron lo que mejor saben: asesinar indiscriminadamente a todos los infieles que les fue posible. Sin embargo, mientras los crímenes perpetrados en las ciudades europeas suscitaron indignación y enérgicas condenas, el que sacudió este fin de semana la capital de Israel ha sido objeto de indiferencia o, lo que es más repugnante, de una contextualización prácticamente exculpatoria.

Ni que decir tiene que los canallas que entienden el asesinato de judíos enmarcan los atentados en el denominado conflicto israelo-palestino y que consideran a los terroristas palestinos una suerte de luchadores por la libertad que prácticamente no tienen más opción que empaparse las manos de sangre en su combate desigual contra el Estado de Israel, al que culpan de todos los males de la región y de más allá. Estos sujetos descalificables, profundamente despreciables, hacen el caldo gordo a unas alimañas que los exterminarían o someterían a feroz servidumbre sin dudar un segundo en cuanto consideraran llegado el momento de poner fin a la alianza non sancta que los une contra el enemigo común, no por casualidad la única democracia de Oriente Medio. Democracia a la que recientemente España asestó una puñalada por la espalda al votar a favor de la resolución israelófoba del Consejo de Seguridad que considera ilegítima la presencia de Israel en su mera capital y que salió adelante por la felonía de la saliente Administración norteamericana, que rehusó vetar un texto patrocinado por la execrable tiranía que detenta el poder en Venezuela.

Una vez más, a Israel se le aplica un doble rasero moralmente infecto además de suicida, que corre en beneficio de los peores enemigos de un Occidente saturado de cobardes, lacayos y antisemitas.

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