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EDITORIAL

Cuando los peores llegan a lo más alto

Decía Hayek que "como se dará necesidad de actos intrínsecamente perversos, que todos los influidos por la moral tradicional se resistirán a tomar sobre sí, la disposición para realizar actos perversos se convierte en un camino para el ascenso y el poder"

La historia de Mauricio Moya Lucendo, un alto mando de la policía acusado de acoso sexual, resulta más reveladora de lo que pueda parecer en un primer momento. Se trata de algo más que el simple hecho de que todo cesto tiene al menos una manzana podrida, pues así es la condición humana. La cuestión es que, a este respecto, la carrera de Moya Lucendo dentro de la Policía durante los años de Gobierno de Zapatero se produjo cuando ya se sabía en el cuerpo de su condena, y la ratificación de su sentencia, en julio de 2004, tampoco fue un estorbo.

Para hacernos a la idea del fondo del asunto, es necesario que repasemos otros casos en los que el Ejecutivo socialista ha promovido, dentro del cuerpo, a funcionarios con una inclinación sin freno a saltarse las normas. Las morales en primer lugar y, en algún caso, incluso las legales. Recordemos, por ejemplo, el Caso Bono en que fueron detenidas dos personas por una agresión fantasma al ex ministro de Defensa por el simple hecho de que militaban en el PP. El incomparable comisario Ruiz, cuando uno de los policías le dijo que no se veía ninguna agresión, saltó diciendo que "si el ministro dice que le han pegado, le han pegado y eso no se cuestiona" y ordenó detener a los dos militantes, pues de otro modo había "problemas".

O el esperpéntico caso de la manipulación nada menos que de un informe pericial en la instrucción del juicio de los atentados del 11 de marzo: el caso del ácido bórico, con la participación del imputado Miguel Ángel Santano, a quien los socialistas han colocado de jefe de la policía científica, nada menos. Santano es el mismo que pudo haber filtrado informes al PSOE sobre el caso Ciempozuelos.

¿Por qué el Partido Socialista favorece la promoción hasta algunos (no todos) altos cargos de la Policía a personas que son capaces de convivir sin mayor problema con la inmoralidad, con la mentira o el acoso? Porque no conocen la disciplina de la moral, y la única jerarquía que aceptan es la de quien está por encima de ellos y está dispuesto a beneficiarles de algún modo. Para las personas honradas y con principios habrá cosas que, sencillamente, no estén dispuestas a hacer. Y, como los socialistas entienden al Estado como un instrumento al servicio de su poder, la Policía no podía quedar al margen. Y para evitar choques inconvenientes con personas de probada probidad, prefieren contar con quienes carecen de valores, o están dispuestos a sacrificarlos a cambio de lo que sea.

Ya Friedrich Hayek, cuando denunciaba en 1944 el camino de servidumbre que habían elegido muchos europeos, se planteó preguntarse por qué los peores llegan a lo más alto. Sus reflexiones pertenecen a un ámbito totalitario, pero valen para otro en el que las instituciones, la Policía en este caso, pasa de ser un instrumento para la sociedad a ser vista desde el poder como un utensilio idóneo para sus propios objetivos. Decía el profesor que "como se dará necesidad de actos intrínsecamente perversos, que todos los influidos por la moral tradicional se resistirán a tomar sobre sí, la disposición para realizar actos perversos se convierte en un camino para el ascenso y el poder".

El mal está alojado en esa filosofía socialista que lo somete todo a la consecución de un conjunto prefijado de objetivos y que no quiere obstáculos en la moral. Y, como comprobamos con el GAL y más recientemente con otros casos, tampoco con la ley.

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