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EDITORIAL

Dar a los afganos lo que se negó a los iraquíes

Rajoy ha sabido desenmascarar, en un espléndido discurso, la falta de información de Zapatero sobre la tragedia sufrida en Afganistán y su intento de que pase desapercibida con su palabrería evanescente

Se comprende que Zapatero haya querido dejar en un segundo plano su obligación de dar cuenta de la participación militar española en Afganistán, donde murieron 17 militares españoles, para dar prioridad a lo que ha sido la reciente cumbre de la ONU y, sobre todo, a su anuncio sorpresa de que en los Presupuestos habrá una partida de 656 millones de euros en ayuda al desarrollo. La vacua jerga de la “alianza de las civilizaciones” o la demagogia tercermundista a costa del contribuyente, es para el presidente del gobierno del 14-M mucho menos problemático que decir la verdad sobre la arriesgada labor que está desempeñando nuestra incrementada presencia militar en Afganistán, en general, y sobre la reciente muerte de nuestros soldados, muy en particular.
 
Rajoy ha sabido, no obstante, desenmascarar, en un espléndido discurso, la falta de información de Zapatero sobre la tragedia sufrida en Afganistán y su intento de que pase desapercibida con su palabrería evanescente. Como ha denunciado el líder popular, por mucho que Zapatero hable de lucha contra la pobreza, de misión “humanitaria” o de “paz”; por mucho que el presidente hable del “cuento de Caperucita, pero sin lobo”, lo cierto es que en Afganistán se corren riesgos en un combate contra el terrorismo islámico que trata de abortar la transición democrática en aquel país.
 
Aunque el brillante discurso de Rajoy ha servido para mostrar la hipocresía del lenguaje de ZP, no hubiera estado de más que el líder popular la hubiera dejado todavía más en evidencia equiparando las intervenciones de nuestros soldados en Afganistán y en Irak. Es cierto que Rajoy le ha dicho a ZP que “el incremento paulatino y constante de efectivos españoles en ese país ha sido un intento de tapar sus errores en otros terrenos”. También ha acertado al pedirle que “reconozca que muchos de los terroristas que cometen terribles atentados en otras partes del mundo, pertenecen a las mismas organizaciones y que están inspirados por la misma ideología que los que actúan en Afganistán”.
 
Ahora bien, que el líder del PP no haya pronunciado una sola vez la palabra “Irak” es llevar demasiado lejos esa, ya de por sí, nefasta tentación de “no mirar al pasado”. El lenguaje tramposo con el que ZP trata de edulcorar la realidad, no es sólo un intento de tener contentos a sus socios, como ha dicho Rajoy; es también un intento de no dejarse a sí mismo en evidencia cuando ofrece al pueblo afgano lo que ha negado en todo momento al iraquí.
 
Además, quien hizo oídos sordos a las resoluciones de la ONU, con las que ZP se sigue llenando la boca, no fue el gobierno del PP enviando tropas españolas a Irak (resolución 1483), sino el gobierno del PSOE retirándolas tras el 14-M y no volviéndolas a enviar ni siquiera después de que el propio ZP firmara una nueva resolución que, como la 1511, “insta a los Estados Miembros a que presten asistencia en virtud del presente mandato de las Naciones Unidas, incluso con fuerzas militares, a la fuerza multinacional en pro de la seguridad y la estabilidad en el Irak”.
 
Los complejos del PP que le tientan a no mirar al pasado sólo sirven para que el PSOE lo reescriba a su gusto. Así la reciente Ley de Defensa Nacional no tenía otro objetivo propagandístico que hacer creer a la opinión publica que, con el PP, el envío de tropas a Irak se llevó a cabo desoyendo a la ONU y al Parlamento español, cuando, en realidad, tuvo el visto bueno de ambas instituciones. Pero, claro, como el PP no quiere mirar al pasado ni siquiera para defenderse, no hay que extrañarse de que el PSOE lo explote a placer. Eso y no otra cosa ha hecho Rubalcaba y Zapatero en su réplica; una réplica que, en cualquier caso, no ha anulado ni la espléndida intervención de Rajoy, ni el fariseo discurso del gobierno del 14-M.

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