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EDITORIAL

De Irak a Gibraltar pasando por La Habana, crónica de un desatino

Si no fuese porque España es la octava potencia económica del mundo; si no fuese porque nuestro país es el puente imprescindible entre Europa y América; si no fuese porque la situación geoestratégica de la península Ibérica es cardinal para los intereses de occidente, si no fuese porque llegar a pintar algo en los entresijos de la política internacional nos ha costado lo suyo, si no fuese por todo esto los desatinos de nuestro titular de Exteriores no merecerían ni un simple comentario.
 
Pero no es así. España no es, como gustaría a nuestro Gobierno, un país insignificante y a salvo de los enredos y complicaciones de la situación mundial. El Ejecutivo salido de las elecciones de marzo, que va tropezando en todos los asuntos donde mete la nariz, no da pie con bola en esa disciplina tan compleja y especializada que se llama Diplomacia, y que es tan extraña a los hábitos de nuestros nuevos y engreídos gobernantes.
 
A José María Aznar le llevó ocho largos años tejer una sólida red de alianzas internacionales. Partiendo de los intereses primordiales de España y, sobre todo, de un realismo en materia exterior que no se estila por estos lares, el anterior Gobierno nos legó un trabajo concienzudo y un protagonismo en los asuntos del mundo que no se veía desde antes del Congreso de Viena, el mismo que liquidó la Europa napoleónica.
 
Centrado en aquello tan típicamente socialista de “todo lo que hicieron los otros está mal hecho”, desde que tomó posesión Rodríguez Zapatero se ha dedicado con denuedo –asistido por su maestresala “Curro Moratinos”– a desmontar pieza a pieza el entramado diplomático construido con esmero durante los gobiernos del Partido Popular: desde la alianza estratégica y preferencial con los Estados Unidos hasta la frialdad y precaución con nuestros presuntos amigos del norte de África.
 
Los lloriqueos gubernamentales a cuenta de la celebración del tercer centenario de la ocupación británica de Gibraltar han puesto al Gobierno, una vez más, al frente de sus propias contradicciones. Ni Zapatero ni Moratinos han entendido aún que no se puede quebrar una alianza e irse de rositas. La desbandada absurda e inexplicable de Irak, días después de que ZP pasase su primera noche en La Moncloa, está empezando a pasar factura. Y, como era previsible, lo ha hecho donde más duele, en esa espina que España tiene clavada desde la lejana Guerra de Sucesión que, hace 300 años, instauró en España a la dinastía hoy reinante.
 
Gibraltar es, muy a nuestro pesar, una colonia británica, y tanto la princesa Ana como el ministro de Defensa tienen perfecto derecho a visitarla cuando lo deseen, y más en una fecha tan señalada como la de este verano. Si no lo habían hecho antes, si desde el 10 de Downing Street no se había dado pábulo antes a este tipo de expansiones patrióticas se debe única y exclusivamente a que el Reino Unido era nuestro aliado. Aliado al que dejamos tirado en mitad del desierto con la retirada unilateral y precipitada de nuestro exiguo pero simbólico contingente militar en Irak.
 
Para lo único que ha valido el pataleo de Moratinos tras la visita de la Princesa ha sido para provocar, días después, que el ministro Geoffrey Hoon aterrice en el aeropuerto gibraltareño, situado, dicho sea de paso, en una zona de la colonia no incluida en el tratado de Utrecht. Después ha venido la lacrimosa apelación al sentimentalismo patriótico. Trinidad Jiménez, ejerciendo de Manuela Malasaña de ocasión, ha recordado que no va a "permitir bajo ningún concepto que un ministro británico acuda a un acto oficial a Gibraltar", y desde Exteriores se ha dicho que los actos de conmemoración del tricentenario “hieren la sensibilidad del pueblo español”. Curiosa manera de llamar al patriotismo, viniendo de los compañeros de quienes en Cataluña no han puesto pega alguna a compartir mesa y mantel con independentistas que consideran a España, y a ese mismo pueblo español, una potencia hostil e invasora.
 
Entretanto, mientras una parte del Ministerio de Exteriores interpreta el llanto gibraltareño de la España amputada, la otra, la más animosa e impregnada de espíritu servil, se dedica a flirtear con la dictadura castrista. Por si no bastó con la vergonzosa visita a la isla del presidente de las Juventudes del PSOE, plagada de sonrisas y agasajos, el ministro en persona ha solicitado formalmente a la Unión Europea que reflexione sobre la conveniencia de mantener las sanciones contra Cuba. Bueno es recordar que esas sanciones no van dirigidas contra Cuba sino contra el dictador y la cuadrilla que la tiene subyugada desde hace 45 años. Las sanciones se adoptaron hace poco más de un año, con motivo del pogromo revolucionario que Castro desató en la isla en 2003, y que terminó con 75 disidentes entre rejas y tres jóvenes bajo tierra.
 
La cosecha del breve pero intenso desgobierno exterior de la recién estrenadaEra Zapateroestá empezando a vendimiarse en estos días. Nuestro lugar en el mundo ya ha sido delimitado. De servir de enlace privilegiado entre Washington, Iberoamérica y Europa, a interpretar un triste papel de bufón entre los palacios de Mohamed VI y Fidel Castro. La crónica del desatino acaba de empezar.

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