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EDITORIAL

Democracia a la venezolana

Actos como este ponen de manifiesto que el PSOE hace mucho que se echó al monte. La democracia es sólo válida si ellos gobiernan y, aun gobernando ellos, nadie tiene derecho a discrepar más de la cuenta.

La infame campaña que el PSOE y sus socios lanzaron contra el PP antes del referéndum catalán no era más que el aperitivo. Las increpaciones y los abucheos a los dirigentes populares reaparecieron ayer en Benavente y Ponferrada. Sin venir demasiado a cuento, en el curso de una visita que Rajoy llevaba a cabo en la localidad zamorana, un grupo de jerifaltes socialistas locales y un puñado escaso de sindicalistas de UGT le salieron al paso tratando de reventar el programa del líder de la oposición. Horas más tarde, en Ponferrada, se repitió una escena parecida, como si los organizadores lo hubiesen calculado al milímetro.

Actos como este ponen de manifiesto que el PSOE hace mucho que se echó al monte. La democracia es sólo válida si ellos gobiernan y, aun gobernando ellos, nadie tiene derecho a discrepar más de la cuenta. El que lo hace, como es el caso de Rajoy, sufre las consecuencias. Una manera de entender la democracia al más puro estilo bananero, venezolano de la peor tradición, la chavista, en la que quien disiente lo paga. Lo vimos en Cataluña y volvemos a verlo ahora. A falta de otras razones, gritos y pancartas. Alguien en Ferraz ha debido pensar que, a través de este tipo de algaradas, los socialistas quizá mantengan el pulso de la calle, adormecida tras dos años de campañas callejeras de desgaste y otros dos de desgobierno y despropósito.

Así las cosas, y con un Gobierno cuyo único programa político es aniquilar al PP y borrarle de la vida pública, el partido de Mariano Rajoy se encuentra ante una crucial elección. O acepta el órdago y se esconde, que es, dicho sea de paso, lo que hizo en Cataluña, o planta cara a los alborotadores y ejerce su legítimo derecho a expresarse. No es una cuestión baladí. Si el Partido Popular se decanta por lo primero puede ir despidiéndose de volver a gobernar, pues habrá aceptado tácitamente una forzosa clandestinidad. Es lo que busca el PSOE, que la oposición se acobarde para reforzar de este modo la endeble ventaja electoral y nula ventaja moral que poseen los socialistas.

Por el contrario, si Rajoy y los suyos dejan a un lado la tentación del perfil bajo, tan poderosa por otra parte entre los populares, conseguirá, como poco, que los socialistas no vuelvan a intentar operaciones similares. La libertad no se mendiga, se ejerce, y esto es algo que Rajoy debería conocer a la perfección, porque no es la primera vez que tiene que salir escoltado de un acto. Ha de denunciar con todas sus fuerzas la coacción a la que está siendo sometido, reclamar a la prensa y poner en conocimiento de todos los ciudadanos la persecución que padece. Ocultarlo, quitarle hierro o fingir como que no ha pasado nada es un callejón sin salida y la semilla de futuros abucheos. La izquierda opera de un modo tan simple como este. Si ve que algo funciona insiste en ello hasta convertirlo en parte fundamental de su acción política. El PP ya lo sabe. En su mano está no consentir que se salgan con la suya. 

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