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EDITORIAL

Don Felipe y lo que va de su discurso de octubre al de Nochebuena

Qué diferencia entre la esperanzadora alocución real del pasado octubre y la desalentadoramente rutinaria de Nochebuena.

Hace escasos tres meses Su Majestad el Rey comparecía inesperadamente por televisión en todos los hogares españoles para denunciar, en toda su "extrema gravedad", la crisis nacional provocada por unas autoridades regionales que, de forma "reiterada, consciente y deliberada", venían vulnerando en Cataluña las normas que articulan a España como nación y Estado democrático de Derecho. Junto a esa valiente, grave y realista descripción de tan lamentable situación, el monarca quiso enviar a los españoles un mensaje de esperanza ante el golpe de Estado separatista, compromiso que contrastaba con la pusilanimidad, rayana en la indolencia, con la que el Gobierno y, en general, el conjunto de la clase política habían permitido, durante más de cinco años, el cúmulo de desobediencias que desembocarían en la infame declaración de independencia de Cataluña del descalificable Carles Puigdemont.

Menos de tres meses después, y tal y como sucede todos los años, el Rey dirigió el domingo a los españoles para felicitarles la Navidad, desearles lo mejor para el año nuevo y hacer el somero y tradicional repaso a los logros y retos que España tiene por delante. Se trató del típico discurso navideño, completamente distinto, por muchas razones, a la mencionada intervención de don Felipe de principios de octubre; un discurso en el que la referencia a la situación en Cataluña y la crisis nacional de España fue tan superficial y sucinta que hasta daría la impresión de que se da por superada.

Es cierto que, desde entonces, la Administración autonómica en rebeldía ha sido intervenida, pero no para ser sometida a un prolongado y profundo proceso de regeneración y acomodamiento al ordenamiento constitucional, sino tan sólo para celebrar unas elecciones autonómicas en las que los partidarios del golpe de Estado han renovado su mayoría absoluta en la Cámara regional. Ese no era el camino para dejar atrás "la exclusión, la discordia, la incertidumbre, el desánimo y el empobrecimiento moral, cívico y, por supuesto, económico" de Cataluña, sino la vía más segura de prolongar y finalmente agravar todos esos males. El riesgo no está en una hipotética recaída en todos esos males, tal y como podrían dar a entender las palabras del Rey en Nochebuena, sino que Cataluña no remonte y que España no recupere una unidad que, en realidad, sigue quebrada, no por culpa de una ilegal declaración de independencia o una inexistente República Catalana, sino por culpa de una liberticida independencia de facto de una parte del territorio nacional que todavía no ha sido erradicada.

En la Cataluña del 21-D, tanto como en la Cataluña del 1-O o en la Cataluña del 9-N, los medios de comunicación y la enseñanza pública siguen inoculando el desprecio y el odio ignorante a España. En Cataluña se sigue proscribiendo el español en las escuelas, como siguen intactas las redes clientelares y las estructuras que tienen por objetivo la subversión del ordenamiento constitucional y la erradicación de España en Cataluña. Eso no lo pueden remediar unas simples elecciones autonómicas ni las palabras de un rey, por encomiables y esperanzadoras que sean.

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